Este libro es resultado de un largo ejercicio de lecturas a partir de las cuales se advierte una apropiación personal de las obras, una visión de lo leído, una mirada que se plantea no desde un “marco teórico” sino desde las experiencias y el sentido del gusto del autor. Esa visión se mantiene constante en el despliegue del libro, lo que envuelve una fidelidad a la impresión original acerca de lo leído. Ese enorme oficio de lector se vuelca, como gusto razonado y placentero, en una secuencia de críticas y ensayos breves que se prolongan por un extenso periodo y abarcan ese espectro gigantesco de lecturas reflejado no solo en el amplio repertorio de las obras comentadas sino que se suman otras muchas que aparecen, además, referidas dentro de cada comentario.
Esta apelación al gusto no hace de Carlos Iturra, sin embargo, en absoluto, un lector ingenuo. Así, en una suerte de prólogo expone sus ideas sobre la crítica literaria y señala fundadamente los principios que sustentan su oficio, los examina con lucidez, para luego, en el desarrollo del libro ceñirse a ellos. Todo lo que puede decirse de esta obra se encuentra, de alguna manera, ya anticipado por el autor en ese prólogo y en los escritos iniciales. El libro contiene una crítica de las críticas.
Especialmente relevante son también las reflexiones sobre lo exclusivo de la ficción, la función perenne que ella lleva a cabo y que no se logra con ningún otro tipo de escritura: “El que habla del secreto humano, el que revela facetas del fuero íntimo individual, a través de ficciones que, no obstante su ‘irrealidad', comunican certidumbres imposibles de transmitir sin pérdida desde otro enfoque”. Esta es la vara que emplea Iturra para llevar a cabo sus indagaciones y pensamientos. A lo que podría agregarse otro principio complementario: “Viaje y literatura son para la conciencia formas cognoscentes de discurrir. Ambos, caminos, y caminos en los que el aprendizaje se da en el placer”.
Iturra, que la conoce bien y no niega su utilidad para la comprensión de una obra literaria, rechaza, en cambio, el carácter unilateral y pretendidamente objetivo de la crítica científica academicista y defiende la llamada crítica “impresionista”, afiliándose a Alone, y más atrás a Saint Beuve, como maestros en el arte de criticar.
Este, en lo principal, no consiste en el ejercicio de destripar y destruir una obra. Al contrario, habiendo tantas buenas (y sin renunciar al deber de separar la paja del trigo) el propósito que aquí aparece busca más bien mostrar las virtudes de una obra mayor, dar el argumento que permita al lector entenderla a cabalidad, elaborará un punto de vista nuevo que abra una comprensión inusual. Criticar es mediar entre el libro y el lector con el propósito de facilitar un encuentro logrado.
En cuanto a la selección de los autores, sin duda, como él también lo indica, la mayoría se ubica en el centro del canon clásico. Entre estos destacan Stendhal, Virginia Woolf, Joseph Conrad, Thomas Mann, Schopenhauer, James, Pessoa, Goethe, Joyce, Faulkner, Tolstoi, Rousseau, Emily Dickinson, Dostoievski, Jane Austin, Borges, Camus, Proust, Khayyam. Entre los autores un tanto más alejados de ese canon —sin llegar a ser marginales— se ubican Simenon, Karen Blixen, Javier Marías, Bolaño (con quien es extremadamente duro), John Williams, Evelyn Waugh, Babel, Houellebecq, entre otros. El ramillete no solo es abundante, sino que revela un sello personal, prudente, en general amable con las obras y los autores, y siempre ensayando darle una vuelta de tuerca más a lo ya dicho sobre ellos, una mirada refrescante y serena. De soslayo se advierte un menor interés por los autores nacionales y, en general, por la más reciente actualidad. El libro se cierra con una serie crónicas y de ensayos más generales acerca de “Ideología y cultura”, “Literatura y política”, “La felicidad de la tragedia”, “Ética, ficción”, “La creatividad de la ética”, “El fin de la novela”, entre otros. Esta secuencia culmina con el magnifico ensayo sobre libros y viajes.
Iturra piensa que la crítica es un género literario igual que otros y, por lo mismo, debe juzgárselo también por la calidad de la escritura que en ella se admira. En este aspecto, la calidad de Maestros y otros ensayos. Crónica literaria es sobresaliente. El autor expone sus ideas de manera ordenada y con claridad. El lenguaje es contenido, llano y directo. Nada suena en estos ensayos a jerga rebuscada ni a pedantería inútil. El lenguaje es muy apropiado, con el léxico justo y una sintaxis articulada y luminosa sin pretensiones de sabiduría superior sino de amable compresión de libros y autores amados para hacerlos más cercanos e interesantes ante el lector, que es el objetivo de estos textos. Y el lector se deja seducir por la cortesía sin cursilería ni rebuscamientos.