Esta semana los medios —los matinales, las noticias— se dejaron hipnotizar por los detalles de la relación entre una diputada y un futbolista, especialmente porque la primera habría intercedido ante Carabineros en favor del segundo.
El incidente ha originado reflexiones de variada índole, mesas de discusión y ocupado páginas y pantallas.
Desde luego llama la atención que el incidente haya ocupado matinales y programas con el mismo entusiasmo con que, apenas ayer, los conductores de esos programas diagnosticaban la crisis social chilena, se quejaban de la injusticia y reporteaban sobre lo que llamaron el estallido. Las mismas personas que hacían de improvisados sociólogos o críticos y fruncían el ceño al hablar de la injusticia, ahora con el mismo entusiasmo comentaban los entretelones de la relación entre una diputada y un futbolista, y es probable que se alegraran de la llamada telefónica de la primera porque ello le confería algún grado de interés público al incidente (y esto les permitía seguir hurgando en las relaciones personales de los involucrados a pretexto de la salud cívica).
El incidente tiene, por supuesto, relevancia pública, puesto que el empleo en interés propio de las prerrogativas asociadas a la función pública (como el privilegio de la diputada de comunicarse directamente con las máximas autoridades de la policía) siempre debe estimarse ilícito e incorrecto. Pero, salvado ese punto, quizá lo más interesante del incidente es otra cosa: la forma en que los medios, especialmente televisivos, se han ocupado del tema.
Porque esa forma muestra cuán profundamente marcada por los valores, las expectativas y los comportamientos propios del mundo del espectáculo se encuentra hoy el mundo de los medios y los programas informativos (y sus actores). Siempre las noticias han mezclado los valores de la información con los del entretenimiento; pero hoy, al escuchar un programa de noticias cuesta distinguirlos. Y es que la actitud de los conductores no contribuye a ello. Los especialistas en el entretenimiento y la copucha hacen de analistas y de críticos. Los encargados de las noticias, por su parte, las banalizan y se ocupan de entretener.
¿Qué significado posee todo eso para el espacio público donde se ejercita (o se espera se ejercite) la política? ¿Qué relevancia posee para los medios y la democracia?
Esa mezcla de códigos entre los que provienen del mundo del entretenimiento y aquellos que están animados por la información (del que este incidente es muestra) puede ser muy dañina para la vida cívica. Puesto que el paso siguiente (ya ha habido muestras de eso) será el tránsito entre el desempeño en uno de esos mundos hacia el otro; el paso desde el mero entretenimiento o el cotilleo a la esfera de la representación política; el reemplazo de las ideas por el ademán simpático y el disfraz. Esto último no se ha producido en Chile todavía de manera alarmante (aunque hubo señales en la Convención Constitucional y ha habido reiteradas en el Congreso), pero de seguir así las cosas acabará produciéndose.
Y aunque suene exagerado, incluso el Presidente Gabriel Boric parece estar interesado en participar de esa mezcla que entretiene y a muchos hace sonreír, como lo prueba el hecho de recibir y mostrar peluches en un acto público y hacer amorosas declaraciones de amistad a un talentoso comediante, o usar Twitter compulsivamente en busca de la aprobación de un público anónimo. Todo eso puede parecer simpático y cercano; pero es dañino. No solo para la figura presidencial (a la hora de ejercer un cargo público debe pesar más el rol y los deberes que la personalidad de quien lo ejerce), sino para las instituciones y las reglas. Después de todo, las reglas y los ritos tienen por objeto contener la subjetividad de quienes están sometidos a ellas en vez de ser ocasión para servirla (como pareció pensar la diputada) o en lugar de ser una oportunidad para expandirla (como en ocasiones parece creer el Presidente Boric).
Cierto: la diputada actuó mal cuando dejó que su interés propio la guiara en el ejercicio de una atribución que se le ha confiado en interés de todos; pero tal vez todo esto sea nada más que resultado de esta mezcla algo promiscua entre información y entretenimiento, entre política y espectáculo que caracteriza a los medios de hoy. Después de todo, una vez que el espacio público mezcla la farándula con la información y cuando ya no es posible distinguir entre quien entretiene con ligerezas, quien promueve con ánimo comercial y quien informa (puesto que casi siempre estas tres tareas se reúnen en un solo conductor o conductora), ¿por qué extrañarse de que una diputada en un momento no haya sido capaz de distinguir entre sus intereses y los del cargo que desempeña?