Todo puede ser reúne un conjunto de ensayos entrelazados por la indagación de una veintena de verbos en infinitivo tales como trasnochar, temer, reír, regar, abdicar, leer y morir. Este libro no los plantea como prescripciones, sino como puntos por los que la realidad golpea de modo reiterado la vida del autor, siendo esa recurrente presencia el ímpetu del que nace la correspondiente necesidad de indagarlos y revisitarlos “con una renovada y ardiente conciencia de la finitud que nos acecha”. Los verbos no han sido, pues, seleccionados abstractamente, sino que poseen un vínculo experiencial y vital, que no solo se manifiesta en la selección —los verbos incluidos (también los sugeridos) y los que excluye—, sino también en la manera en que son abordados, una manera que siempre se yergue a partir de lo propio. Este rasgo conduce a que el libro va esbozando, con firmeza, a medida que se despliega, una figura del autor, figura que a veces adquiere incluso un carácter confesional. La fuerte presencia de lo autobiográfico y memorialístico es un primer comentario que cabe subrayar sobre estos textos y apunta a una línea interesante a la que el lector debe estar atento.

Los infinitivos —estas claves vitales—, por otra parte, sirven sobre todo para echar fuera una reflexión personal que se inscribe en una importante tradición literaria de Occidente, la que, tal vez, se inicia con Marco Aurelio y sus Meditaciones, jalona las letras durante siglos y culmina contemporáneamente en varios autores, entre otros, por ejemplo, los cuadernos de Ludwig Wittgenstein sobre los movimientos del pensar. En esa tradición es preciso ubicar este libro, tradición que consiste en el ejercicio libre que lleva a cabo un sujeto —arriesgadamente— de ir poniendo por escrito ciertos pensamientos que replantean tópicos esenciales a la existencia humana. Los textos, de alta calidad, encuentran su ápice en “abdicar”, “decidir”, “trasnochar”, “leer” y, por cierto, “morir”, “el origen y a la vez el punto de llegada o de fuga de los demás verbos (…)”.

Undurraga enfrenta estos temas con hondura implacable, pero, a su vez, con ligereza y levedad, ligereza que brota de la capacidad que posee el autor de reírse de sí mismo con un humor persistente, irónico y jovial que combina lo universal con lo cotidiano. Son textos escritos al ritmo de un impetuoso caminar (otro de los verbos del libro), no con la cuadratura y rigidez de la escritura del sedente echado pesada y lacrimosamente sobre una mesa. El autor va espigando sus opiniones de modo que no aparecen como un bloque cerrado que sin salirse de los límites trazados por el verbo, lo estudia como si fuese un escrito jurídico. Al contrario, lo rodea, merodea, divaga y vuelve con encono y raudamente sobre él. Hay un pensar que funde fineza y agilidad.

Los pensamientos (y emociones) desplegadas aquí poseen un marcado carácter dialéctico (el “contradecir”, como lo señala el autor, es un verbo tácito que recorre todo el libro). La oposición —“el combate”— entre polos —el creer y el descreer, la confianza y la desconfianza, el exceso y la cautela, el envidiar y el admirar, el caer y el recaer, el miedo y el arrojo—, entre, finalmente, el escepticismo y el sinsentido del ser y una resistencia (“un plantarse frente al mundo”), perseverante, alegre y lúcido que gira, con una “preferencia por lo incierto”, en torno a “puntos irreductibles”.

El libro puede ser interpretado también como la realización feroz de un duelo por ciertas ausencias. Las mencionadas van desde Milo, el gato querido por la familia, hasta la amiga poeta muerta inesperadamente, y la anticipación de la muerte de su abuelo (cuya presencia sobrevuela el libro), Ernesto Rodríguez Serra. El lector puede intuir, además, otras ausencias (como la del propio autor) que también se conduelen, aunque estén apenas referidas de refilón y a baja voz.

Uno de los centros del libro es la idea de la contingencia y precariedad del existir, en el que a cada rato se pone en juego la vida: es la angustia de ser. “Existir no está servido, hay que buscarle el lado a cada noche y su día. Todo puede ser, dice Sancho en un momento filosóficamente alto del Quijote”. En ese momento del pensar aparece la lectura, puesto que “Leer es ser lo que leemos (…) porque leer es, en el fondo, ver como todo puede, podría o pudo ser”.

El libro está escrito en una prosa sobresaliente, ágil, rotunda y sorpresiva, que da siempre vueltas de tuerca a los tópicos, con una respiración que combina una frase larga y pequeños golpes de sentido. En la medida que Undurraga logra formas distintas a las conocidas, también alcanza agudamente diferentes contenidos sobre antiguos asuntos. Estamos, pues, ante un libro fuera de lo común, que se disfruta al leer y a la vez mueve provocativamente a la cavilación.