No es casualidad que la democracia representativa y la prensa impresa se hayan desarrollado al mismo tiempo: si una buena democracia supone tener controlado el poder, entonces los medios son imprescindibles. Tampoco nos puede extrañar que una y otra pasen hoy por tiempos difíciles. Así, no faltan quienes piensan que pueden saltarse las viejas fórmulas representativas y reemplazarlas por la voz de la calle, como tampoco los que imaginan que las redes sociales hacen superfluos a los medios tradicionales, cuando carecen de línea editorial y de procedimientos elementales de verificación de datos.
Otras veces he hablado de las dificultades por las que pasa nuestra democracia. ¿Cuáles son, aparte de la ya señalada, las que afectan a los medios? Ellas son de tres tipos.
La primera, que hemos visto estos días, tiene una componente estética: es el peligro del morbo, que afecta especialmente a la televisión. Todos somos conscientes de que las imágenes constituyen una gran ayuda para acercarnos a los acontecimientos. Es muy distinto el juicio que nos formamos acerca de la situación en Ucrania cuando vemos las ruinas de una central energética y la nieve que amenaza la vida de millones de ciudadanos inocentes. Otro tanto puede decirse del terrible incendio que en estos días afectó a un amplio sector de Viña del Mar.
¿Cómo informar al público de una tragedia y, al mismo tiempo, respetar la intimidad de las víctimas? Ellas no son un simple material noticioso, sino personas de carne y hueso. No es fácil trazar los límites, y a veces el propio público demanda ese singular espectáculo de llantos desgarradores y situaciones desesperadas. Los periodistas están, además, sometidos a la premura del tiempo. Pero esa situación no es exclusiva suya; son muchos los profesionales que enfrentan situaciones de gran tensión y deben tomar las decisiones adecuadas en contextos poco propicios. Al menos, deben aprender a pedir perdón cuando se han equivocado y no ampararse en el hecho de que su labor es fundamental para el funcionamiento de una democracia. Precisamente por eso les exigimos más que al resto.
La segunda amenaza para la buena prensa es la frivolidad. En Chile hemos tenido un ejemplo digno de un manual con buena parte de la cobertura televisiva de los sucesos del 18 de octubre. Cuesta encontrar una conducta tan superficial a propósito de una situación tan delicada. Nos quejamos porque el mundo frenteamplista/PC tejió un relato romántico sobre la violencia, aunque hay que reconocer que no lo hicieron solos. Hoy, el Presidente Boric está preocupado por la naturalización de la violencia en nuestra vida pública, y tiene razón, pero sin la frivolidad con la que ciertos medios trataron y lucraron con la violencia octubrista la realidad actual sería muy distinta.
En el caso del 18-O se produjo, además, una confluencia particularmente desgraciada, porque los distintos medios son complementarios: la televisión nos muestra la imagen, los diarios aportan la pausa reflexiva. Ahora bien, durante largo tiempo, los diarios chilenos estuvieron disponibles para el público de manera gratuita. Esta situación era insostenible desde el punto de vista económico y podía llevar a su muerte. Tenían que cobrar, eso nadie lo pone en duda. La desgracia es que, como nadie es profeta, justo comenzaron a hacerlo un poco antes de los sucesos de octubre. Esto significó que los chilenos se quedaron sin un marco interpretativo para lo que estaba sucediendo. Si uno examina los diarios del período que va entre octubre de 2019 y el comienzo de la pandemia, se encontrará con análisis notables, con un serio empeño por poner racionalidad allí donde parecía ausente. Pero todo ese esfuerzo no llegó a la mayoría de los chilenos, que solo tuvo al alcance de la mano interpretaciones frívolas.
El tercer peligro que amenaza a la prensa es de carácter externo. La SIP lo ha advertido hasta el cansancio: llevar a cabo un buen periodismo se ha transformado en una actividad riesgosa en Latinoamérica. No me refiero a los casos grotescos, como Cuba, Venezuela o Nicaragua. También hay otros que son preocupantes. En sus famosas mañaneras, donde AMLO habla un par de horas todos los días, ataca duramente a los periodistas que critican su gestión. Este mismo mes, uno de ellos, Ciro Gómez, que había sido objeto de sus constantes críticas, fue baleado: afortunadamente usaba una camioneta blindada. Ciertamente, nada más lejos del propósito de López Obrador que eliminar a sus enemigos políticos, pero en todas partes hay fanáticos y no parece razonable que los opositores deban andar en autos blindados.
Otras veces no son los gobiernos los peligrosos, sino bandas de civiles que se toman la libertad de determinar qué cosas pueden decirse en una sociedad. Más allá de ciertas declaraciones desafortunadas de alguna autoridad, en Chile no tenemos motivos para temer a los gobiernos, aunque sí a la violencia privada.
Tenemos que proteger a los periodistas de la intolerancia y el fanatismo, pero evitar el morbo y la frivolidad es una tarea que, en buena medida, depende de ellos mismos y de la formación que reciban en las universidades. Si la cumplen, podremos tener una buena democracia. Si no, es seguro que no la tendremos.