Esta semana hemos visto un nuevo fracaso del Gobierno, a propósito de la nominación del fiscal José Morales para dirigir el Ministerio Público, que el Senado rechazó. Algunas autoridades han intentado maquillarlo con palabras. Nos dicen que esto no fue un fracaso, sino “parte del funcionamiento normal de las instituciones”, cuando incluso varios senadores oficialistas no apoyaron la propuesta de su gobierno. Sin embargo, por más que la institucionalidad futbolística haya funcionado normalmente en este Mundial, Alemania y Uruguay tuvieron que irse para la casa, derrotados. Precisamente porque las instituciones funcionan, la posibilidad de fracasar estará siempre presente.
¿Cómo convencer a nuestros gobernantes de que los fracasos existen y que enseñan mucho, siempre que los reconozcan como tales y no reaccionen como ante el plebiscito y en este caso? Nunca omito una clase donde les hablo a los alumnos de la importancia de los fracasos. Ciertamente, no aparece en el programa de la asignatura, pero estoy seguro de que es la más importante de todas. Además, los estudiantes gozan escuchando las veces en que su profesor obtuvo un rojo bien merecido.
Se ve, sin embargo, que ni siquiera nuestra izquierda frenteamplista es inmune a la manía exitista que desde hace décadas se ha apoderado de la sociedad chilena. ¿Será culpa del neoliberalismo? Quizá tenemos gobernantes neoliberales, que solo pueden hablar de triunfos y éxitos, y que no reconocen derrotas ni en el Senado ni en las urnas.
Algún opositor podría alegrarse por este traspié y ufanarse de que sus pronósticos se cumplen; experimentar el gozo de certificar que esta administración “es una bolsa de gatos” y que el destino de Gabriel Boric es quedarse solo, porque muchos frenteamplistas parecen no enterarse de lo que significa formar parte de una coalición de gobierno.
Confieso que un panorama así no alegra. Las derrotas del Gobierno no siempre son victorias de la oposición, ni menos de Chile. Cabe que todos pierdan a la vez. Al menos, una parte de la oposición mostró madurez política y dio su voto favorable a José Morales. Lamentablemente, perdimos la oportunidad de contar con una persona competente en un cargo muy delicado.
Lo que acabamos de vivir quizá sea una anécdota, pero resulta ilustrativa de un estado de cosas poco auspicioso. De partida, llama la atención la manera en que ciertos parlamentarios enfrentaron el asunto. En su empeño por examinar cada una de las causas que el fiscal Morales ha tenido a su cargo, para detectar cualquier falla, parecía que estaban eligiendo al próximo Papa y no al jefe del Ministerio Público. A Ángel Valencia, otro candidato, le reprochaban haber defendido causas impopulares en su ejercicio profesional. Como si no existiera el derecho de defensa.
Por otra parte, ¿se habrán detenido a pensar cuántas causas lleva un fiscal? Tranquilamente, pueden ser miles en un año, con el modesto apoyo de medio abogado y media secretaria, porque los comparten con otro colega. En medio de ese mar de tareas que deben realizar es imposible que no cometan errores o tomen decisiones que puedan ser cuestionadas.
Una cosa es que nos molesten ciertas posturas partidistas de algunos fiscales y otra muy distinta es que no entendamos las duras lógicas a las que están sometidos y los juzguemos de una manera equivocada. Si siguen así, nadie querrá postularse para el cargo.
El triste episodio de Morales también nos da luces sobre un problema más profundo. Todos hablamos de la futura Constitución, que ciertamente es importante. Sin embargo, no podemos olvidar que estamos regidos por una Ley Electoral que fomenta el caos en el Congreso, que estimula la fragmentación, y que tenemos un Poder Legislativo que está repleto de llaneros solitarios, donde se hace muy difícil poner orden.
No culpemos a la Secretaría General de la Presidencia de no haber podido sacar adelante esta iniciativa, aunque pueda haber responsabilidades de otros ministerios. En el esquema actual, se hace muy difícil negociar, llegar a acuerdos y que estos sean respetados. Ciertamente, los parlamentarios son personas libres, pero eso no significa que deban ser caóticos. Ninguna democracia estable funciona con el modelo del Congreso peruano, que nosotros parecemos empeñados en imitar. Necesitamos agrupaciones fuertes y dotadas de un mínimo de orden. Tenemos más de veinte partidos en nuestro Poder Legislativo. ¿Hay alguien que pueda decir el nombre de todos? Yo no.
Es necesario empezar cuanto antes a discutir una nueva Ley Electoral. Si no contamos con un mínimo de estabilidad no habrá Constitución que funcione. El sistema binominal tenía serios problemas, pero lo reemplazamos por uno que nos ha traído graves perjuicios en un momento en que necesitábamos tener la cabeza fría y el corazón sereno para llegar a acuerdos que nos permitieran salir de nuestra crisis política. Hoy tenemos, además, una crisis migratoria, otra de seguridad, la educacional, la económica y varias más. Aquí no solo ha perdido el Gobierno. No podemos mantener una legislación que fomenta la disgregación cuando más necesitamos reglas que premien la unidad. Ojalá de este pequeño fracaso saquemos esta gran lección.