Mi nieta (17) me contó que, ante el cambio climático, sus compañeros no sentían miedo, sino rabia. Al revés de los mayores, los millennials, que sentían miedo y pedían acción.
Este domingo terminó la COP27. Primera con un día para niños y jóvenes. Licypriya Kangujam (11), de India, increpó al ministro ambiental del Reino Unido, Zac Goldsmith, por tener activistas en prisión. Niños y jóvenes accedieron a las deliberaciones (shorturl.at/ptBVX).
Quise entenderlos. Acudí a la Dra. Liliana De Simone, directora del Observatorio de Consumo, Cultura y Sociedad en la U. Católica. Estudian las diferencias en los modos de enfrentar, sentir, reaccionar frente al desafío humanitario que vivimos.
Me escribe: “Lo que esta generación de quinceañeros está experimentando, en cuanto a explosión informativa, a ecoansiedad e impotencia mezclada con rabia frente a un futuro planetario incierto, no tiene precedentes”. Y agrega: “Las redes sociales convierten estos fenómenos en contagiosos”.
Más allá de la verbalidad, “los más jóvenes están en la construcción de una experiencia vital múltiple, sobredimensionada…”.
Explica: “Al pasar a la visualidad, la cantidad de percepciones es más rápida que con la palabra. Crece la velocidad de comprensión, de alteridad y su visión se amplía a lo global”. Diez imágenes por segundo comunican más que una palabra por segundo.
Saben más del cambio climático, buscan combatirlo. Se separan de los adultos. Son empáticos, sufren con lo que ocurre en tierras lejanas. Se asocian, “se suman a ONGs, a Naciones Unidas”.
Surgen mensajes de responsabilidad: con asociatividad, comunidad y protestas, mensajes…
Falta, eso sí, investigar el nivel de responsabilidad con que ellos imaginan el nuevo mundo.
Pero hay más. Se abren a una vida estoica. Algunos abogan por el decrecimiento, generan comunidades de no consumo, de mercados paralelos por razones morales (evitar la carne animal), viven el reciclaje.
“Incluso se habla de una crisis querida”. De ahí el “arda todo”, partamos de nuevo, la utopía posible, dice Liliana De Simone.
Renuevan su visión del “éxito”. Disminuyen las ambiciones profesionales: desechan lo que no los lleva a ser. “No necesito tanto”, dicen.
Esto convoca a la educación a entregar esperanzas y conocimientos. La innovación surge del conocimiento. “Necesitamos humanidades, ciencia y tecnología, historia…”, dice la doctora.
Aparece un liderazgo horizontal colectivo. Lo clave es el feeling, para reconocer la diversidad de las audiencias, apoyar los saberes locales, las comunidades, las identidades. Partir de la escucha.
Así, la COP27 los llama a preguntarse cómo diversificar, cómo integrar, cómo ver desde los ojos de los otros.
Llaman a generar nuevos diálogos, a hacer puentes, a evitar lo culposo y a apuntar a una cohesión demográfica, dice la doctora.
Los miro ahora.