Luego de que no se reunieran los votos para que la diputada Cariola asumiera la presidencia de la Cámara, el PC emitió una declaración en la que denuncia la existencia de un sesgo anticomunista —un veto— en ese resultado.
En el lenguaje natural se llama veto a una prohibición o impedimento puramente discrecional, que se ejerce de manera unilateral y con prescindencia de razones. Así las cosas, lo que la declaración del Partido Comunista asevera es que el rechazo a que la diputada Cariola presidiera la Cámara fue movido por un sentimiento atávico y prejuicioso contra ese partido.
De esta manera, el PC y quienes lo integran serían miembros de una minoría perseguida y víctima de prejuicios, similar a lo que ocurre a una minoría étnica o religiosa, a la que se rechaza o se aísla por su mera condición: un grupo humano al que se teme y se tolera por puro pragmatismo; pero sin ánimo de incorporarlo de veras a la comunidad, en este caso, a la comunidad política.
¿Será así? ¿Será verdad que la diputada Cariola es una víctima del veto prejuicioso e irracional?
No lo parece.
Decir o insinuar —frente a una derrota electoral, como la que acaba de ocurrir en la Cámara— que el Partido Comunista está siendo vetado o impedido de participar de las instituciones democráticas dice más del espíritu de creyente que invade a veces a sus miembros (un creyente siempre acaba concibiéndose como víctima), que del ánimo que respecto de ellos tienen sus rivales políticos.
Los integrantes del Partido Comunista han solido dejarse infectar por un espíritu más o menos religioso, por la creencia de que la pertenencia a esa fuerza política los define en la totalidad de su condición vital. Muchos de sus miembros describen, en efecto, su identidad a partir de la adhesión al partido; pero no su identidad partidaria (lo que sería obvio), sino su identidad vital. Es como si la pertenencia al partido fuera una condición total que empapara hasta los últimos intersticios de quienes adhieren a él. Y como suele ocurrir a los grupos humanos que se dejan infectar por ese espíritu, muy pronto comienzan a interpretar sus traspiés o sus fracasos como un rechazo a su condición, como una repulsa a lo que son, más que como un rechazo a lo que creen o piensan. De esa manera el fracaso o el traspié en medio de la vida democrática —en vez de enseñarles que pudieron haber cometido un error de cálculo o mostrarles su incapacidad para ganarse la confianza de los adversarios— acreditaría su condición de víctima: de minoría a la que se veta o se rechaza prejuiciosamente.
La declaración de esta semana muestra que el PC está transido de ese espíritu: Teillier sería así el vocero de una minoría discriminada, y Cariola, la víctima en la que se reúnen el prejuicio contra el género y la opción política.
Todo esto es ridículo; pero se ha sostenido. Y no solo por el PC.
Y es que una vez que las ideas dejan de ser meras ideas y pasan a definir la identidad, se produce lo obvio: el rechazo a las ideas se concibe como un rechazo y un veto irracional a la propia existencia. De esa forma (Nietzsche lo observó en la “Genealogía de la moral”), quien gana se transforma en victimario y quien pierde en víctima necesitada de redención. Una perfecta inversión de los valores, en este caso democráticos. O la diputada Cariola triunfa, o es la víctima de un veto.
¿Alguien podría considerar serio ese razonamiento?
Sí, es cierto. Ha habido en el pasado un intenso anticomunismo, es decir, un rechazo a todo lo que viene de ese partido sin considerar si sus ideas o propuestas son sensatas. Es cierto. También es cierto que en dictadura hubo una persecución homicida contra sus miembros, animada por una voluntad de exterminarlos. También es verdad.
Pero hoy el Partido Comunista es parte de la coalición gubernamental, forma parte del debate parlamentario, es un miembro íntegro de la vida cívica y nadie piensa en perseguir a sus miembros o proscribirlos de la vida cívica ni nada que se le parezca; de manera que no parece haber motivos para tanto sentimiento de exclusión o para que de pronto su directiva emita declaraciones que parecen emanadas de una minoría étnica o religiosa perseguida que sería víctima de prejuicios y de vetos, a la que se habría traicionado simplemente en razón de lo que es.
No es el caso.
No hubo veto. Hubo la simple aplicación del rebus sic stantibus: los acuerdos en política duran mientras se mantienen las circunstancias que aconsejaron celebrarlos. Y aquí la correlación de fuerzas cambió. Nada raro en la política democrática.
Por supuesto habría sido más épico para el Partido Comunista ser víctima de una persecución encubierta y mejor para la diputada Cariola poder decir que fue su condición de mujer y comunista lo que se rechazó; pero no fue el caso.
Lo que ocurrió fue apenas una derrota parlamentaria que siguió a otra: al fracaso en el plebiscito.