No es fácil para un restorán tener un espectro geográfico muy amplio, como tampoco una carta muy extensa: la calidad de los platos suele ser vacilante en las cartas largas, e imagínese Usía lo que puede llegar a ser cuando se incluye en ellas platos del norte de África y del sudeste asiático…
Contra todas las probabilidades, Zanzíbar logra, sin embargo, sortear las muchas dificultades que acechan a un proyecto como el que se ha propuesto: ofrecer un abanico de posibilidades al paladar necesitado de exotismos.
Nuestro almuerzo en este restorán fue, prácticamente, impecable. Partimos con unas riquísimas empanaditas Lamu ($9.100), rellenas con pollo, huevo y otras cosas, que venían acompañadas con una salsa picantita hecha con maní: exótico, delicioso. Aunque el término “Lamu” trae resonancias africanas, las empanaditas que comimos nos hicieron recordar a las salteñas, del norte argentino y sur boliviano. El maní de la salsa nos corrobora esta “hipótesis de trabajo”. Y seguimos con unos nems ($10.200), rollitos primavera comunes en Vietnam y Tailandia. Estos venían envueltos, además, en hojas de lechuga, siguiendo el uso de los musi, de Vietnam, que usa esa hortaliza en vez de masa de arroz frito. Con su salsita picantona, deliciosos como aperitivo.
El tajine de pollo, plato típicamente marroquí, de origen bereber, y que representa bien el carácter culinario de este restorán, fue también delicioso. Venía acompañado de cuscús, puesto dentro de la olla, y ahí surge nuestro único reparo: hubiéramos preferido nuestro cuscús servido aparte, no metido en la salsa del plato. Pero, al cabo, es un detalle, porque de esta forma el cuscús, que es de por sí insípido, se sazona con la salsa del guiso.
El otro plato de fondo fue una corvina Tom Yam ($17.700), plato tailandés que presenta un medallón de corvina cocida y un gran “camarón argentino”, bañado todo en un caldito moderadamente picante (“afrodisíaco”, según la descripción del menú…), y guarnecido con algunas hortalizas. Aquí, ay, se produjo el único cortocircuito: un par de trozos de papa añejísimos. La papa debe comerse apenas cocida; si, cocida al almuerzo, se la deja para la noche, ya se arruina. Nuestros trozos tenían muchas, muchas horas de cocidos. Qué lástima.
De los postres, probamos una crème brulée muy aromática ($6.400) y un postre excepcional: la “pastilla”, mil hojas marroquí relleno con crema y almendras tostadas y aromatizado con agua de azahar, perfume que se encuentra en poquísimos restoranes de Santiago y que es una perfecta delicia. La “pastilla”, nombre que parece tomado del ladino que hablan los sefarditas, es algo realmente fuera de serie que Usía debe ir a conocer: es la quitaesencia del milhojas, en que son tan diestros los árabes, que conserva su maravillosa crocancia a pesar de la crema del relleno. Qué postre insólito, maravilloso.
Atención en la cocina: ¡las papas añejas no se usan ni siquiera en peligro de muerte!
Av. San J. M. Escrivá de Balaguer 6400, Vitacura.