Como señaló un ingenioso tuitero esta semana, las declaraciones de las autoridades del Gobierno vienen con ticket de cambio. Si no gustan, se retiran y se cambian por otras.
El Presidente, en el tema constitucional, lleva varias. Luego de sus vaivenes respecto de lo que ocurriría si ganaba el Rechazo, ahora instó a los partidos que sustentan el Gobierno a llegar a un acuerdo previo al plebiscito sobre reformas a la propuesta de la Convención, contradiciendo la postura anterior del Ejecutivo de que cualquier cambio debía ser después de la votación.
La flexibilidad es una virtud política; no así la improvisación, ni la incapacidad de prever escenarios y adelantarse a ellos. Es preocupante que, frente a un hecho tan importante, el Gobierno no haya adoptado una posición suficientemente sopesada como para mantenerla en el tiempo y modificarla solo ante imprevistos muy significativos. Imprevistos no han ocurrido, ni en la última etapa del trabajo de la Convención, ni durante esta campaña. ¿Acaso no era previsible el rechazo que provocarían la justicia indígena, la pérdida de independencia judicial, la eliminación del estado de emergencia, la pérdida de la iniciativa presidencial en materia de gastos y otros, todos los cuales fueron aprobados con los votos de la coalición gubernamental en la Convención? ¿No era menos costoso procurar allí que esas reformas no se aprobaran que instar ahora a la coalición a desechar lo que ya fue aprobado por sus convencionales? ¿Es la convicción o las encuestas lo que lleva al Presidente a intentar tardíamente un acuerdo previo al plebiscito para acordar la modificación de cuestiones como esas, aprobadas por sus partidarios? ¿Estamos ante un caso de virtuosa flexibilidad o uno de preocupante falta de previsión?
Otras declaraciones de esta semana han sido ofensivas o desafortunadas. Las de la ministra del Interior y su hipótesis de golpes en la cabeza como causa del olvido de los parlamentarios; las del ministro de Economía afirmando que a las pymes las favorece la inflación, y las del ministro Jackson, sosteniendo que las tomas de tierras en el sur puede ser una situación en que todos ganan, despreciando la magnitud de la pérdida para la vigencia del Estado de Derecho cuando los beneficios se obtienen empleando la fuerza. Luego de las excusas, queda la duda de si las desafortunadas afirmaciones no reflejan lo que los ministros piensan y solo pidieron perdón para hacer control de daños. Queda también la duda acerca de la impericia política. Los ministros están de escuderos y de fusibles del Presidente. Estos, en cambio, necesitan que el Presidente salga a defenderlos públicamente.
Son de otra categoría y envergadura los dichos del ministro Jackson, sosteniendo que su grupo y generación política se distanciaba, por su escala de valores y principios de la derecha, de la centroizquierda y de la otra izquierda, que ya habían gobernado. No se trata solo de lo odiosas que suelen ser las comparaciones en que el hablante se pone como ejemplo. El agravio tampoco se limita a la molestia y encono que esa frase, de relativo desprecio, provoca entre sus socios de coalición, la generación mayor del PS y PPD. Lo más grave de las palabras del ministro es que denotan una cierta superioridad moral. Invocar superioridad moral es argüir la única razón que no puede darse en el debate democrático. En este cabe todo tipo de razones, de principios y de conveniencia. Pero está prohibido argumentar que se puede detentar una posición de poder o adoptar una decisión porque se es mejor que el adversario político.
El fundamento esencial de la democracia es la igual dignidad de todos. Porque en una sociedad plural no hay, prima facie, principios mejores que otros, es que, antes de resolver, hay que deliberar, y si unos, invocando sus principios y valores, no convencen a los otros, ganan los que constituyen mayoría. No llega a saberse ni puede decirse si ganaron los buenos y perdieron los malos, o viceversa. Si aceptáramos que algunos tienen, por ser quienes son, mejores principios que otros, entonces no necesitaríamos debatir ni votar. Tendríamos que entregarnos siempre a los mejores.
El Presidente respaldó al ministro y lo justificó, afirmando que nadie nace sabiendo. En lo humano, tiene razón. En lo político, no, pues en política se nace sabiendo que la igual dignidad funda la democracia. Quien no lo ha entendido así, no merece ocupar un puesto de autoridad en un régimen democrático.