Sergio Micco terminaba su periodo como director del Instituto Nacional de Derechos Humanos a fin de mes, pero los consejeros de izquierda, que ahora son mayoría, no pudieron resistirse: le pidieron de inmediato la renuncia.
¿No podían esperar dos semanas? Imposible. Si aguardaban a que terminara julio, Micco iba a acabar como cualquier persona cuando se cumple el plazo en un cargo para el cual ha sido designada. Eso no era suficiente. Había que humillarlo. Era necesario que sintiera el poder de esta nueva mayoría ideológica que hoy compone el consejo del INDH. Desde un principio le hicieron la vida imposible y esta es la culminación de tres años de asedio.
Sin embargo, el asunto no queda ahí. Hay motivos más profundos que explican este insólito comportamiento. En el fondo, Micco era una anomalía para los grupos acostumbrados a mandar en este tipo de organismos. Según parece, una persona como él no puede dirigir en Chile una institución de derechos humanos. Son muchas las razones que, desde la perspectiva de la izquierda, lo inhabilitan moralmente.
De partida, no es de la izquierda dueña del negocio. Eso se lo habrían perdonado si al menos fuera progresista, pero tampoco es el caso. Micco es un hombre de centroizquierda que no ha hecho suya las agendas identitarias y piensa cosas tan escandalosas como que no se puede dar muerte a un individuo de la especie humana por la sola circunstancia de que todavía no haya nacido.
? Para colmo, se trata de alguien que cree firmemente en el valor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos tal como la conocemos. Es decir, que no está embriagado con los nuevos derechos, sino que le importan cosas tan básicas como la vida, el debido proceso o la igualdad ante la ley. Aunque no siempre se diga explícitamente, no faltan los teóricos izquierdistas que consideran que la Declaración Universal está superada.?
Sergio Micco, además, es católico. Hace tres años, para muchos izquierdistas este era un argumento suficiente para no nombrarlo. Como no podían negar su trayectoria en la defensa de los derechos humanos, lo desacreditaban por sus convicciones religiosas. Para ellos, el adversario será siempre ilegítimo. Esa exclusión va en la misma línea del desapego que experimentan ante la Declaración Universal, cuya influencia cristiana es notoria.
Por último, Micco es un individuo muy raro en ese ambiente, porque piensa que las palabras tienen ciertos significados que no se pueden manipular según las conveniencias. Así, cuando le preguntaron si en los sucesos posteriores al 18 de octubre el Gobierno de Piñera había incurrido en una violación sistemática de los derechos humanos, él atendió a qué significa la expresión “violación sistemática” y obviamente su respuesta fue negativa. Con esto se distanció por completo del discurso instalado por la euforia octubrista.
Todo lo anterior es absolutamente inaceptable para nuestra izquierda, de ahí que hubiera que cortarle la cabeza a Micco antes de que se le cayera sola, al terminar su plazo como director. Micco debía morir para que el mundo de esa izquierda permaneciera en orden.
¿Qué le sucede a la izquierda? ¿Por qué actúa como si los derechos humanos fuesen patrimonio suyo? La respuesta no es sencilla.
Algunos resuelven el asunto por la vía de moralizarlo. Para ellos, cierta izquierda habría descubierto que, si disfraza sus intereses bajo la honorable cara de los derechos humanos, tendrá cualquier partida ganada de antemano. En ese escenario, su uso de esa categoría sería meramente instrumental, una muestra de puro maquiavelismo. En este contexto, resulta fundamental apropiarse de instituciones como el INDH y no dejar espacio en ellas para ninguna otra orientación.
En algunos casos, esa explicación pueda ser verdadera. Sin embargo, es posible ver las cosas de un modo que no suponga mala fe en esas personas. De partida, aunque pertenecen a una generación distinta, ellas piensan que son depositarios del sufrimiento de sus padres y abuelos. Ahora bien, como hoy la categoría de víctima constituye un lugar privilegiado en la escena política, creen sinceramente que todo ese lenguaje y esas instituciones les pertenecen en propiedad, ya que son hijos o nietos de víctimas, ya que esa condición sería heredable. En este caso, uno puede pensar su razonamiento es erróneo, pero el hecho de estar equivocado no lo transforma a uno en mala persona.
A lo anterior hay que agregar un factor adicional, que afecta a cierto tipo de izquierdas. Me refiero al hecho de creer que su causa coincide con las leyes que mueven la historia y que ellos encarnan el ideal de una humanidad mejor. Esto, naturalmente, no le sucedía a personas como Pedro Aguirre Cerda o Ricardo Lagos, pero sí es el caso del mundo frenteamplista, de la izquierda de los movimientos sociales y, por supuesto, del PC. Si esto es así, entonces resulta natural que ellos “sientan” que el INDH, las cortes internacionales de justicia y todo el mundo de los derechos les pertenecen, y que gente como Micco no son más que intrusos que vienen a ocupar un terreno que, en realidad, no les corresponde.