El Ciber, Centro de Investigación Biomédica en Red, español, me ha puesto a calcular la fecha probable de mi muerte sobre la base de la edad de mis parientes al fallecer.
Ninguno alcanzó los 100 años. Mi tía Lucy, que falleció de 85, nos decía: “Uno no debería vivir tanto”.
Pero Ciber, para demostrar que la longevidad puede ser genética, investigó a un grupo de centenarios y descendientes de centenarios. Los comparó con otro grupo de no centenarios y sus descendientes.
Los descendientes de centenarios bajo estudio debían tener entre 65 y 80 años y no padecer enfermedad terminal. Debían tener un progenitor vivo de más de 97 años. Excluyeron a algunos descendientes: los elegidos no deberían haber perdido peso en forma involuntaria, sufrir agotamiento, poca fuerza al empuñar, caminar lento, ni baja actividad física.
José Viña y Consuelo Borrás compararon así a los 88 descendientes de centenarios con 88 descendientes de no centenarios.
Los descendientes de centenarios resultaron menos frágiles. Y la expresión genética de los descendientes de centenarios, comparada con la de los del grupo de control, se mostró más parecida a la de sus progenitores que a sus pares en edad, descendientes de no centenarios, informa Consuelo Borrás.
Descender de centenarios robustece. El otro experto, José Viñas, explica que busca las características genéticas únicas de los centenarios que los ayudan a envejecer con tanto éxito. Evitan o retrasan las enfermedades relacionadas con la edad.
Las tortugas pueden entregar algunas claves. Beth Reinke, biólogo evolutivo en la U. de Northwestern, publicó un estudio que apareció en Science: analizó datos de 77 especies de reptiles y anfibios. Varias especies de sangre fría apenas envejecen.
Las tortugas negras de pantano muestran tasas negativas de envejecimiento, o sea, a medida que aumenta su edad, su riesgo de morir disminuye. El New York Times cita a Reinke e instala una de estas negras criaturas de sangre fría con el cuello estirado, mirando de reojo al lector.
Otro estudio, de la Universidad de Dinamarca del Sur, reforzó la idea de que las tortugas en mejores ambientes viven más. Como las regaloneadas en zoológicos o acuarios, con aire acondicionado, comida sana. “Apagan el envejecimiento con un buen entorno, cosa que los humanos no conseguimos”, dice Rita da Silva, investigadora.
Pero, como los humanos, en algún momento, a las tortugas les falla la vista o el corazón. La esperanza es que, al investigar cómo envejecen, podremos tal vez extender la vida buena de los humanos mayores.
Mi tía Lucy habría rechazado el tratamiento.