Hay iniciativas que, pensadas para alcanzar beneficios, arriesgan el resultado opuesto. Es el caso de la entrevista (ya se verá por qué es exagerado llamarla de esa forma) que dio el Presidente Boric a la ministra Vallejo este viernes.
Ocurrió en un nuevo capítulo de “Vocería en Vivo”, el programa transmitido por las cuentas oficiales de Instagram, Facebook y YouTube de la Presidencia y la Segegob, y también por las cuentas personales del Mandatario y la vocera de Gobierno.
Se veía allí a la ministra entrevistando (así se le promovió en las cuentas respectivas) al Presidente Boric.
Una entrevista es, en general, un acto mediante el cual una persona independiente, de espíritu inquisitivo, cuya lealtad está muy lejos de su entrevistado, hace preguntas e inquiere a fin de mostrar o hacer decir a quien tiene enfrente, algo que este intenta ocultar, o disimular, o disfrazar. Y la entrevista es un éxito, y merece ese nombre, cuando el entrevistado acaba diciendo, confesando o insinuando algo que, sin el interrogatorio, habría guardado para sí. De ahí viene la famosa fórmula de Janet Malcolm según la cual el secreto de la entrevista consiste en ganarse la confianza del entrevistado para después traicionarla.
La conversación entre el Presidente Boric y la ministra Vallejo —ella lo anunció como un invitado a su programa— no fue entonces una entrevista. Faltan en ella todos los elementos que la constituyen, comenzando por la independencia o la falta de vínculos entre quienes conversan. En este caso se trató nada más que de un acto de propaganda (dejemos de lado si aquello que se propaga es bueno o no) ejecutado entre un principal, el presidente, y alguien que depende de él, la ministra.
Hay algo que molesta cuando quien ejerce el poder se instituye en su propio medio de comunicación, porque en este caso el entrevistado se confunde con el entrevistador y cualquier asomo de examen genuino simplemente desaparece. Una de las ventajas de contar con una prensa o con medios distantes del poder estatal, es que quienes se desempeñan en este último pueden ser sometidos a preguntas inquisitivas, a un escrutinio, y no en cambio a una conversación predispuesta para decir algo que no es más que un evidente acto de propaganda. Pero se olvida que incluso la propaganda exige cierto pudor, cierto disimulo, como lo prueba el hecho que ella funciona de veras cuando se la encarga a un tercero; sin embargo ¿qué es esto de diseñar una conversación entre el principal y su dependiente, simular una entrevista con el único fin de que quienes conducen el Gobierno acaben haciéndose propaganda a sí mismos?
Sería exagerado e injusto desde luego, comparar esto con las incursiones mediáticas de un Chávez o un Maduro (aunque es probable que si el Presidente se decidiera podría ser tanto o más locuaz que ellos); pero no se puede ocultar el hecho que tras este acto existe una concepción de las comunicaciones que, en el fondo, es más o menos parecida: la idea de que como los medios distorsionan u ocultan, entonces es mejor ser el medio de sí mismo; la creencia de que los medios deben ser empleados para hacer pedagogía acerca de los objetivos que quienes están en el poder persiguen, explicando a los ciudadanos algo que los medios se resistirían a hacer, y la pretensión de que una vez que las cosas se expliquen, la marea de la opinión pública cambiará.
Es mejor que el Presidente Gabriel Boric, también la ministra Vallejo, claro, no se dejen infectar por ese virus que consiste en desconfiar de los medios masivos y preferir los propios, y que tampoco cedan a la tentación de erigirse en sus propios comunicadores.
Uno de los momentos risibles de la conversación, sostenida entre el Presidente y la ministra, se produjo en los primeros minutos cuando el primero advirtió que, por supuesto, nada de lo que vendría estaba pauteado, o diseñado en sus detalles, se trataba, agregó el Presidente Boric, de una conversación espontánea, de un acto de arrojo, de una improvisación.
Ese fue un acto de humorismo involuntario.
No fue posible ver, desgraciadamente, la sonrisa del Presidente Boric debajo de la mascarilla mientras prometía a los espectadores que, por supuesto, no había nada premeditado en la escena que se desenvolvería ante sus ojos.