Es usual el lugar común de que el crítico es un escritor frustrado, lo cual resulta refutado por decenas de ejemplos en que el escritor o escritora realiza, a la vez, la función de criticar, de pasar por criba reflexiva la creatividad literaria y de escribir ficción. Más allá de ello, es preciso calibrar al crítico mismo como escritor.
El inglés Frank Kermode, en El sentido de un final, ironizando ese lugar común afirma que no se espera de los críticos que nos ayuden a encontrar un sentido a nuestras vidas, sino “tan solo intentar la hazaña no menor de hallar sentido a las formas en que intentamos hallar sentido a nuestras vidas”. La ironía consiste, por cierto, en que esa función coloca al crítico, al menos, en el mismo plano que el escritor.
Es imposible que una crítica sea lograda si se halla mal escrita. Una buena no es favorable al libro, sino aquella que ha logrado la comprensión del texto y, lo que es lo mismo, ha sido capaz de expresarla de modo argumentativo, claro y ágil. Esa meta la alcanzó plenamente Juan Manuel Vial y el atestado de ello es este libro —que reúne su labor llevada a cabo entre el 2002 y 2019— publicado por Ediciones de la Universidad Diego Portales de acuerdo con una selección de Andrés Braithwaite y con un estupendo prólogo de Ignacio Echevarría.
Vial es un crítico guiado por un sentido del gusto cultivado por innumerables lecturas. Antes que nada, lo que esta selección pone de manifiesto es la diversidad y, sobre todo, la calidad de esas lecturas y la insuperable formación que concede un buen conocimiento de la tradición literaria para emitir un juicio que se aproxime a la valoración acertada de una obra. Todo libro que llega hoy a las manos de un crítico es la reescritura de uno anterior o de varios. Conocer esas referencias, que a veces, quizás en los mejores casos, transcurren subterráneas, es una medida indispensable, el punto de partida de cualquiera comprensión. En Vial ese acervo de lecturas se encuentra siempre operando en sus críticas y su sello personal recae en la certidumbre del valor de las lecturas desde la cual lee y analiza. La subjetividad (se reiría de la posibilidad de objetividad) se encuentra desplazada a un conjunto de autores que, antes de ejercer como crítico, ya había sido firmemente incorporado a aquel acervo. Así, su trabajo crítico va operando en dos niveles: el de libro comentado y de los libros en que se apoyan los comentarios.
Vial, que no tenía educación formal en teoría literaria, sin embargo, leído entre líneas, va poniendo en acción parámetros que poseen un sólido fundamento reflexivo, presente de manera nítida y, simultáneamente, callada, formulando esos parámetros de manera personal, incisiva y acerada. La permanencia de esos parámetros, que ya afloran en sus críticas más tempranas, le otorga consistencia a su trabajo, lo cual queda de manifiesto cuando respecto de un mismo autor o de una autora se reúnen varias críticas.
A Vial no le tiembla la mano. Carece de cualquier respeto por el prestigio autoral y no trepida en destrozar un libro de un escritor o escritora popular o alabada por la academia, así como tampoco se inhibe a la hora de subrayar los méritos de un autor mas bien desconocido. Prefiere errar a quedarse en una medianía bonachona.
Las críticas de Vial poseen un estilo en el cual subyace una cierta amigable conversación, un fluido oral vivificante emana de su escritura como si estuviera transmitiendo a un tercero —el lector— un consejo respecto a si simplemente vale la pena leer ese libro, consejo sobre el que siempre vuela un sentido del humor afilado, algo malicioso y verídico. No solo hay lecturas, sino conversación acerca de esas lecturas; es un crítico personal, pero no monologante.
A veces, cuando resume la trama del texto que está comentando, es capaz de reducir al libro, a sus personajes y peripecias, frecuentemente en modo de parodia, a un destilado potente más poderoso que el libro mismo, como diciendo “así podría haber sido escrito”.
A veces, imposible no, mantuve discusiones divertidísimas, sobre juicios literarios discrepantes, pero, incluso, los escritores o escritoras (en este caso el lenguaje inclusivo viene al caso) a quienes les propinó más de algún golpe severo, tendrán que reconocer que poseía una pluma sabrosa, original y certera en la forma en que acuñaba sus juicios, veloz y chispeante, como un galope a la hora de esbozar los méritos o defectos. Basta esa prosa, esa habilidad para trazar en un par de zarpazos o pinceladas la médula de una narración o la belleza de un poema para reconocer en él un escritor de primer nivel. La buena escritura está, a veces, en la crítica de la escritura.
No obstante lo anterior
Juan Manuel Vial
Ediciones UDP, Santiago, 2022, 557 páginas, $26.000.
CRÍTICA