Durante décadas, la derecha se aferró con dientes y uñas a una Constitución que blindaba la institucionalidad frente a las mayorías; una que establecía en piedra un modelo económico y social y hacía muy difícil a las fuerzas políticas elegidas llevar a cabo programas que difirieran de ese modelo.
En los albores de la transición se comprometió a terminar con los senadores designados, que les aseguraban un cerrojo en la Cámara Alta. Demoraron 25 años en cumplir esa promesa. Esos mismos 25 años tardaron en aceptar poner fin a la posibilidad de que los militares le representaran públicamente al Presidente reparos acerca de su conducción y en aceptar que los mandos uniformados dependieran del Jefe de Estado.
Nunca esas fuerzas políticas estuvieron disponibles para poner término a las leyes supramayoritarias (orgánico constitucionales), oponiéndose al principio de que en democracia mandan las mayorías, y tampoco aceptaron reconocer en la Constitución a los pueblos originarios.
Tan solo en medio de una crisis política y de orden público de proporciones, la derecha aceptó se elaborara una nueva Constitución, pero a condición de que se hiciera por dos tercios, segura de obtener un tercio de los representantes ante la Convención y que así no le pasaran una aplanadora por encima.
Ahora la aplanadora le ha pasado por encima; sus adversarios han escrito una Constitución tanto o más ideológica que la Carta original del 80, pero de otro signo, una Constitución que impone otro modelo, ahora de izquierda e indigenista, un texto que esta semana amenaza con protegerse de las mayorías democráticas, al igual que lo hizo la Constitución del 80. Ahora la derecha saca la voz y promete desembarazarse de la Constitución vigente si gana el Rechazo.
Enhorabuena, es un gran anuncio. La política no es el lugar para dar lecciones morales a nadie. Es una gran noticia frente a un proyecto tan partisano y defectuoso como el elaborado por la Convención, que posiblemente va a ser rechazado.
Es un gran anuncio, pero no es suficiente. Le falta más solemnidad y más especificidad. En cuanto a lo primero, la carta de los presidentes de los tres partidos de derecha era un emplazamiento al Presidente y no una promesa solemne, adoptada de cara al país, donde quedara claro y nítido el compromiso incondicionado e irrevocable a retomar el proceso constituyente en caso de ganar el Rechazo, hasta arribar a una nueva Constitución que sea ratificada mediante plebiscito. Considerando la historia de compromisos anteriores no cumplidos, una promesa así no podría admitir díscolos. Tendría que ser suscrita por las directivas y los parlamentarios de esos partidos.
Al anuncio le falta también especificidad. ¿Qué nueva Constitución? ¿Habrá disposición a bajar los quorum de reforma, por ejemplo, que los que están en 2/3 se reduzcan a 3/5 y los que están a 3/5 bajen a 4/7? ¿Habrá disposición a que las leyes se aprueben por mayoría, las unas de parlamentarios presentes, las otras en ejercicio? ¿Habrá disposición para consagrar los derechos económico-sociales, como finalidades de la política pública y no como un programa de gobierno neoliberal (y tampoco socialista)? ¿Habrá disposición para eliminar las trabas que tiene el Estado para dar eficacia a esos derechos? ¿Hay compromiso para reconocer a los pueblos originarios, respetar y valorar su lengua, tradiciones y cosmovisión y para asegurar que sus intereses serán oídos y considerados? ¿Hay disposición a estudiar reformas al régimen presidencial que aseguren más eficacia, representación y responsabilidad en el quehacer político?
Es probable que el proceso constituyente no termine en septiembre; que en el plebiscito no se apruebe el punto de llegada, sino uno de partida. Es probable que aún no tengamos frente a nuestros ojos la nueva Constitución y que el debate entre las opciones de Apruebo y Rechazo sea acerca de cuál texto es mejor como punto de partida para el próximo proceso constituyente o de reformas constitucionales que nos debiera llevar a la Constitución de Chile para los próximos 50 años.
En el plebiscito de septiembre, cada elector, con la información de que disponga, proyectará lo que sucederá con el país y con su círculo más cercano con uno u otro resultado. Hay un importante malestar con la Convención y su proyecto, pero también un fuerte rechazo a volver a la Constitución vigente. La derecha podría tener una influencia decisiva si renuncia a algunas de las cosas a las que, por años, se ha aferrado.