Mi padre no era creyente (yo tampoco), pero me decía estos versos a veces, al atardecer. Ambos sonreíamos, pero estábamos conmovidos. Ve a rezar. A tomar conciencia, a poner atención, a pensar. Víctor Hugo y Andrés Bello siguen, “cesó el trabajo afanador, y el mundo…”. Lo corto ahí, arbitrariamente. Los poemas de la época del Romanticismo suelen ser sobreabundantes, crear su propio tráfago. Hoy ando en busca de un cierto silencio, de una suerte de apartamiento de la luz pública, esa “que lo oscurece todo”.
Ando en busca de la conciencia y del pensar profundo. Estamos en un momento ingrato, ruidoso, de bombos y chinchines por no decir más. El mundo alrededor, amenazante, mientras se habla de represalias y de guerras nucleares; la naturaleza sacudiéndose de encima nuestra especie humana como si de piojos se tratara.
En el país tenemos la tarea de leer y de tratar de entender, pensando profundamente, lo aprobado en la Convención Constitucional, cerca de 90 páginas. Mucho. Sobreabundante. Es difícil no encontrar algo inaceptable en ese mar de páginas. Si el objetivo es hacerlo aprobar, es al menos una imprudencia y una falta de habilidad política dejar abiertos tantos flancos de vulnerabilidad. Provocar disensos por motivos múltiples, algunos de ellos menos importantes que otros.
En el debate político, las exigencias de aprobación acrítica, a fardo cerrado, han ido arrinconando a muchas personas hacia la derecha, por sentirse incapaces de compartir textos excesivos y maximalistas. Desgraciadamente está sucediendo, y veo todos los días la sorpresa de gente que jamás pensó encontrarse en esa posición. Me imagino que será lo mismo con los acorralados hacia la izquierda. Es la fiesta de la polarización.
Un tema me provoca especial angustia: que el plebiscito de salida sea una especie de plebiscito de ratificación del Gobierno. Un gobierno elegido con total legitimidad democrática no puede estar sujeto a la aprobación de un texto redactado por un coro de voces disonantes y desafinadas. Tremenda tarea, en términos musicales, la de la comisión de Armonización… (Perdonen los graves de este mundo y del otro, pero es tan necesario reírse un poco, sobre todo cuando la angustia es insoportable.)
El Gobierno como tal no tiene que cargar con la propuesta de la Convención, no es su responsabilidad. La realización de un plebiscito impecable, sereno, informado, sí lo es. La permanencia de la visión de Estado, sean cuales sean las circunstancias, también lo es.
Acabo de ver en YouTube avisos viles, realmente repugnantes, que pretenden influir en el resultado del plebiscito de salida. Sea cual sea la posición que defienden, la incitación al odio y el desprecio que rezuman hacen prever una campaña muy dolorosa y de bajísima calaña. Debemos recordar que, al final de cuentas y sean cuales sean los resultados, Chile seguirá siendo el país de nuestra común ciudadanía; el Estado chileno seguirá siendo el Estado chileno, y nuestro Gobierno, el que elegimos libre y democráticamente, con la obligación de estar a la altura de las circunstancias y de gobernar para todos los habitantes de esta tierra.