Se cumple un mes del gobierno de Boric y hay una palabra que se repite: “errores”. Algunos ya piden la cabeza de la ministra del Interior, como si nuestros problemas fueran a resolverse porque la derecha adopte hoy las malas prácticas que empleaba el Frente Amplio hace pocos meses.
Ahora bien, si se trata simplemente de las dificultades que enfrenta quien carece de experiencia, la cosa no es muy grave y se cura con el tiempo. Espero que sea así. Con todo, cabe que estos problemas provengan de un determinado modo de mirar la política. Todavía es temprano para sacar conclusiones definitivas, pero hay indicios preocupantes.
El primero es la excesiva seguridad con que habla buena parte del mundo frenteamplista y sus alrededores. Da la impresión de que para ellos no existen las dudas. Parecen partir de la base de que quienes los precedieron eran, en el mejor de los casos, unos ignorantes, de modo que uno no puede extrañarse de que hayan hecho cosas estrambóticas como organizar viajes aéreos sin destino. El caso Siches es el más visible, atendida su posición, pero está lejos de ser el único. Una vez que se ha decretado la ilegitimidad del adversario, resulta claro que no se trata de mejorar la vida política, sino de cambiarla radicalmente.
Ciertamente en el pasado se cometieron errores. La primacía de una racionalidad técnica impidió ver aquellos problemas que no eran fácilmente cuantificables. Pero la reacción inversa es todavía peor. Asistimos a un cuadro que podría caracterizarse con las palabras de una vieja canción de Morris Albert: “Feelings, nothing more than feelings”. Hoy todo resulta ser cuestión de sentimientos, de lo que a uno le parece, de la peculiar vivencia personal. Y dado que esa izquierda tiene “corazón”, ellos son los buenos, los dueños de las buenas intenciones. Sin embargo, ni la política es cuestión de mera voluntad ni los problemas se arreglaran poniendo unos rostros que reflejan esa “nueva voluntad”.
Así, por ejemplo, las autoridades se aproximan a problemas tan delicados como el terrorismo en La Araucanía como si fuese cosa de emplear las palabras adecuadas, ya sea “Wallmapu”, “conflicto del Estado chileno con el pueblo mapuche” o lo que sea. Ni siquiera las balaceras parecen suficientes como para despertarlas.
La primacía del sentimiento se traduce en la irresistible compulsión a no respetar las formas: se trata de hablar de la manera en que a uno le nazca, de presentarse cómo y cuándo uno quiera y de no aceptar la herencia cultural y política del pasado. Que de paso se ofenda a medio mundo no parece importarles. Hasta el senador De Urresti (PS) ha manifestado su molestia por los desaires de las nuevas autoridades a los poderes constituidos.
Lo sentimientos son muy importantes, pero ellos deben sujetarse a la razón: en eso consiste fundamentalmente la tarea educativa, si le creemos a los clásicos griegos. Aquí, sin embargo, cuando la realidad no se corresponde con las aspiraciones, se responde de manera destemplada. En los últimos días hemos vuelto a constatar que ciertos convencionales frenteamplistas solo pueden explicar el alza de la opción Rechazo como fruto de una campaña concertada de los medios de comunicación. Ellos verían amenazados los intereses de la clase dominante y querrían sofocar las legítimas aspiraciones ciudadanas de obtener mejoras. Así, las discrepancias solo pueden explicarse a partir de la maldad del que piensa distinto. Nuevamente nos encontramos ante un mundo sin matices.
¿Y qué papel juega Gabriel Boric en todo este panorama? Por más que su cambio de la segunda vuelta haya sido genuino, sus seguidores no han estado dispuestos a cambiar. Además, él les ha dado motivos para mantenerse en sus posturas radicales. Apenas había asumido cuando entregó su apoyo irrestricto a lo que decidan sus convencionales y declaró que cualquier cosa que salga de allí será mejor que la Constitución que tenemos. Así, a priori. Eso ya sería temerario si los convencionales se llamaran Thomas Jefferson o John Adams, más aún cuando por lo general estamos lejos de contar con figuras dignas de pasar a la historia por su sabiduría y ponderación. Recién ahora el Presidente ha empezado a recomendar que la Convención escuche las críticas. Llegó tarde.
¿Qué fatalidad llevó al ministro Jackson a declarar que los destinos del Gobierno estaban completamente unidos a la suerte de una Convención que ya entonces presentaba serios problemas? No puede extrañarse de ser el Gobierno que ha experimentado el mayor descenso de popularidad en su primer mes de desempeño.
A lo mejor esta baja de aprobación corresponda a un rasgo de nuestra época, donde todo resulta desechable, aunque quizá haya más que eso. Y ese algo más no se arregla con una buena estrategia comunicacional, que, dicho sea de paso, tampoco parecen encontrarla. La propaganda del FA/PC fue genial cuando había que ganar las elecciones, pero ahora ese libreto no les basta para gobernar en La Moneda.
Todo esto nos lleva de vuelta a la pregunta inicial: ¿estamos en presencia de simples errores derivados de la falta de experiencia, que podrán ser corregidos con el paso del tiempo, o hay una determinada mirada que los lleva a chocar una y otra vez con la realidad? Sería preocupante que el Gobierno ni siquiera se planteara esta pregunta.