No solo Gabriel Boric tiene mucho que aprender: también nosotros. Este es un gobierno radicalmente distinto de los que sustentó la centroizquierda tradicional. Si pensamos utilizar las antiguas recetas nos podemos llevar una sorpresa desagradable.
De partida, el Frente Amplio (FA) es una realidad muy heterogénea, con movimientos y partidos que mantienen posiciones muy distintas y en no pocas ocasiones incompatibles entre sí. Como explica Mark Lilla, la política tradicional (la de los partidos) es centrípeta: consiste en encontrar objetivos comunes que unan a los adherentes y luego negociar con los adversarios para llegar a acuerdos que permitan el establecimiento de metas compartidas. Aquí, en cambio, estamos en la política de las identidades y los movimientos, donde cada uno tira para su lado. Esto plantea serios problemas no solo para Boric, sino también para nosotros, que nos encontramos ante una realidad de perfiles poco claros, escurridiza y marcada por un profundo individualismo político.
Si lo anterior es verdad, entonces hay que partir por reconocer nuestras limitaciones. Parece necesario realizar un amplio trabajo que, entre otros elementos, incluya la tarea de entender y explicar lo que vemos. Si se piensa que estos son simplemente unos jóvenes infiltrados por los comunistas y movidos por el resentimiento, me temo que no llegaremos a ninguna parte.
Los políticos tienen la última palabra, aunque eso no impide que podamos pedirles algunas conductas y actitudes que hoy resultan muy necesarias. Veamos algunos ejemplos.
La primera es cultivar la unidad del sector. Los electorados castigan a los partidos y coaliciones que aparecen divididos. En la derecha hay sensibilidades muy distintas; sin embargo, la experiencia de colaboración entre los distintos centros de pensamiento que las encarnan ha sido muy positiva, más allá de sus diferencias.
En el campo político, en cambio, todo parece ser un conjunto de peleas y divisiones. Ciertamente, están en la cancha y allí las fricciones son inevitables, pero se les pasa la mano, al menos en el contexto actual. Se parecen a las liebres de la fábula de Iriarte, donde, en vez de poner todas sus energías en librarse de los perros que las persiguen, se ponen a discutir si son galgos o podencos, con el resultado esperable de que terminan cazadas. Al lado de los gigantescos problemas que tenemos delante, las discusiones entre los partidos de derecha son microscópicas.
No veo cómo la derecha podría tener alguna posibilidad en el futuro si no cuenta con mecanismos para coordinarse y grandes dosis de buena educación, junto con un horizonte compartido, lo que supone capacidad de escucharse. De lo contrario, ¿cómo pretenderán rehabilitar la política?
Las desmesuras de tantos convencionales y alguna autoridad ministerial son grandes. Esta semana la ministra de Bienes Nacionales propuso la refundación de Carabineros. Parece que le queda bastante tiempo libre. Sin embargo, estas extravagancias no dispensan de la necesidad de plasmar una propuesta unitaria que entusiasme al país.
Así, cuanto antes se obtenga un clima de unidad en la oposición, mejor. Más allá de sus errores, es probable que el Gobierno tenga una alta popularidad por bastantes meses. A esto se suma el éxtasis en que se encuentra cierta prensa ante las nuevas autoridades, que le impedirá mostrar un deseable sentido crítico. No hay que ponerse nerviosos, sino apuntar a plazos más largos.
Otra tarea que me parece urgente es la de poner racionalidad en la esfera pública. Tanto la derecha como la centroizquierda se juegan mucho en este campo. Por eso es fundamental que no prospere la iniciativa del quinto retiro de fondos previsionales, y no hacer cálculos mezquinos acerca de qué cosas favorecerán o no al Gobierno en el corto plazo. La importancia de esta discusión no es solo económica ni afecta únicamente el futuro de las personas vulnerables o los ancianos. Esto, por supuesto, es lo más importante; pero también se trata de un debate de enorme relevancia simbólica, y si la derecha y la centroizquierda logran ordenarse habrán comenzado a poner otro clima en la discusión política, para bien de ellas y del país.
La tentación opositora de pagar a Boric y el FA con la misma moneda es muy grande; con todo, si queremos salir de esta crisis necesitamos políticos dispuestos a mirar la situación con perspectiva, que sepan ceder cuando resulta necesario, y actúen de modo distinto a la antigua oposición frenteamplista.
Finalmente, estimo que resulta clave que la derecha recupere el protagonismo y sepa poner sus temas en la discusión. Uno de ellos es la extrema pobreza. No es un asunto más entre muchos: los campamentos y otras realidades análogas no nos pueden dejar tranquilos. No hay que olvidar que hoy somos gobernados por una izquierda profundamente burguesa, que tiene las prioridades propias de la burguesía progresista. Por eso, la suerte de los “invisibles” dependerá de que la derecha saque la voz por ellos y no se contente con actitudes meramente reactivas. Para hacerlo podría contar con un aliado fundamental: la centroizquierda, porque ya es hora de que se recupere de su afonía. Fuad Chahin ha mostrado en la Convención que esto es posible.