Excelente título el de Ítalo Calvino. Agradezco a la edad haber morigerado mis pasiones: mis amores más difíciles, en este preciso momento, son el amor por la esperanza y el amor por la democracia.
Hemos tenido “una fiesta de amor” desde el viernes. Gabriel Boric, el Presidente, supo transmitir mucho más que información. Transmitió esperanza, afecto, a muchísimos chilenos, incluso opositores suyos. Durante un momento el ánimo del país se aligeró. Llegué a escribir en un twitter que estábamos menos amargados. El suspiro de alivio del Presidente interpretó a muchos. El alivio no fue solo suyo. Cumplió con nosotros, porque logró contener las más diversas y contradictorias emociones. No es sencillo comprometerse a ser un Presidente para todos, asumir ese deber patrio, cuando el país se encuentra tan polarizado y dividido. No es sencillo cantar juntos, con los corazones juntos, el himno nacional; asumir la tradición de O'Higgins al llevar esa piocha y esa banda: ver los símbolos patrios y hacerlos sentir como símbolos de todos. Estar, al día siguiente, con todo el entusiasmo puesto en el baile de la cueca, en La Pintana, y mandar de regalo alegría, agilidad, juventud, igualdad.
Un párrafo de amor. Ahora, un párrafo difícil. “Que amar, bien sabes de eso, es amargo ejercicio”, escribió Gabriela Mistral. (El poema habla de cilicios, pero también de ojos extasiados. De amores difíciles.) Pocas horas duró la esperanza sencilla. Para muchos, las palabras que se habían oído desde un cierto sopor veraniego empezaron a adquirir características amenazantes. No todos los significados se encuentran en los diccionarios o tratados. La palabra “plurinacional”, por ejemplo, pasó a definirse brutalmente en los hechos: una ministra del Interior recibida con bloqueos de caminos y tiros al aire; unas sugerencias absurdas de “visas” que deberían tener los chilenos para entrar en ciertas zonas del país; unas advertencias amenazantes de un “quién manda aquí”, entiéndanlo o van a tener problemas…
“La era está pariendo un corazón…”. Cuánto emocionaban esas palabras cantadas por Mercedes Sosa en los años setenta, cuánto consolaban de los muchos dolores que traía la historia. Eran dolores de parto, decía, y de ellos saldrá una historia más humana, más real, con protagonistas de toda laya y no solo de un único estamento, social y educacional.
La convocatoria a la CC, el 78% del Apruebo, hizo recordarlas una y otra vez. Lo que parecía exceder nuestra capacidad de comprensión debía ser entendido desde la incorporación de nuevas capas de la sociedad, de voces hasta entonces mal oídas, y del nacimiento de una democracia más verdadera, capaz de incluirnos a todos. La CC sería el ámbito en que esas voces encontrarían su expresión, lograrían convencer y podrían incorporarse en pleno derecho a la vida política.
La era está pariendo, qué duda cabe, y los dolores son enormes, y la esperanza colectiva —tan bien encarnada en la asunción de un nuevo gobierno, el más votado de la historia del país— suele teñirse de una angustia también colectiva. Para quienes pusimos esperanza en la CC, la preocupación es recordar la milenaria fábula de Esopo, esa del parto de los montes. En palabras de Horacio, no vaya a ser que tras tantos movimientos y estruendos, lo parido no sea sino un “ridiculus mus”. Me dicen que solo lea lo aprobado por 2/3 y en el pleno, que, si entiendo bien, es la última instancia de revisión de ideas. (La comisión de armonización está encargada de armar el texto en aras de la coherencia y del lenguaje claro, sobre la base de lo aprobado en el pleno.) Es lo que estoy haciendo, lo que invito a hacer y precisamente lo que me lleva a escribir esto. La esperanza colectiva es también una responsabilidad colectiva.