La investigación que realizan los países en el área de defensa es secreta. Por esto, un ataque como el de Rusia a Ucrania despierta las más terribles fantasías tecnológicas.
¿No será posible, desde un dron satelital, aniquilar a los líderes de la agresión, como con un rayo de la muerte? ¡Ah! Pero los rusos deben tener un rayo anti dron satelital.
¿Y si un ciberataque bloquea las comunicaciones entre Rusia y Corea del Norte y evita una coordinación entre enemigos de Estados Unidos, que defiende a Ucrania? ¡Ah! Pero ellos cuentan con los mejores expertos en ciberguerra.
La gestualidad de Vladimir Putin amenazando con una batalla nunca vista a quien quiera intente defender a Ucrania me aterró. Recordé esas máscaras satánicas de los bailes religiosos del Norte.
Ignoramos qué guardan los arsenales militares. Siento que lo único que puedo hacer es escribir y orar, respondiendo al llamado del Papa Francisco.
En la última sesión de la reunión anual de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia, pregunté hasta qué punto la investigación para defensa debía o podía ser revelada. No obtuve respuesta.
La ignorancia aumenta el terror.
Leo revistas de Defensa, analizan armas que en realidad alimentan el comercio, pero, por ejemplo, ¿qué aplicaciones de física cuántica e inteligencia artificial están operativas?
Recuerdo mis juegos con mis nietos adeptos a videojuegos de combate, o fanáticos de esa literatura con personajes dotados de poderes sobrenaturales.
“¡Te ataco con el poder de muchos rayos láser!” —me grita Alfonsito—. “¡Y te respondo con una ola gigante!”, le replico estúpidamente. “¡Y yo te mando mis paneles solares!”. Entonces yo caigo al suelo y él queda feliz. Alimentamos la fantasía, como Galileo a Venecia, de lo ilimitado del poder tecnológico.
Pero hay otras investigaciones. La guerra es tema de las ciencias sociales y las humanidades. Robert E. Meagher, calificado entonces por Michael Joyce, del Centro Samuel Beckett, como “el mejor traductor viviente del teatro griego”, publicó en 2006 “Hércules enloquecido, repensar el heroísmo en una era de guerra sin fin” (“Herakles gone mad”).
A partir de su experiencia con veteranos estadounidenses de Vietnam, Afganistán, Meagher traduce y analiza la obra “Hércules enloquecido” de Eurípides (escrita entre 424 a 421 a.C.) que muestra el efecto perdurable de la guerra en los combatientes, en sus víctimas, en sus pueblos.
Hércules regresa del combate y enloquece, asesina a su familia y luego es redimido por la amistad de un amigo y de su pueblo. Llagas.
Meagher concluye imaginando que Eurípides, también un veterano, escribió esta obra “para el futuro tanto como para su presente, sabiendo que el mundo podría no conocer una paz duradera y que la guerra debería ser cuestionada pero también sobrevivida”.
Descubro así distintos enfoques de investigación en defensa. Los otros, desgraciadamente, ya aparecerán.