Tenía esperanza de poder comentar el gabinete, pero no todavía. Era la esperanza copuchenta (pero decente) que me quedaba. Mi esperanza “de alto vuelo” se había ido tiñendo, digamos, con los tonos grisáceos de un exceso de realidad, o a lo mejor de una cierta melancolía. Melancolía tiene que ver con impotencia. Los sistemas para escuchar a la ciudadanía, en la Convención Constitucional, proceden por sorteo, me informan, y las instituciones republicanas que representaba no fueron favorecidas por una tómbola. Aclaro que son instituciones de la República de Chile y no del Partido Republicano, por si acaso.
Sí puedo, como persona natural, apoyar y firmar iniciativas ciudadanas. Una de ellas se las recomiendo fervientemente: es la de Comunidad Mujer sobre el cuidado. Los seres humanos comienzan su vida inermes, dependientes, y del cuidado que reciben depende su futuro. También la enfermedad, la vejez y la muerte han estado tradicionalmente en manos de mujeres. La “soberbia ganadora” siempre tuvo esa fragilidad oculta. Doble fragilidad en el caso de las mujeres, que también nacen (y encima paren), se enferman y mueren… pero además entregan muchas horas de su vida al cuidado físico de otros. No digo que eso se pague. Digo que se valorice. La sociedad es muy obtusa y suele confundir valor con costo. Puede ser útil, tratándose de cuentas nacionales, calcular el costo que tendría para el fisco cada niño que llega a la puerta de su escuela limpio, bien dormido, bien desayunado, capaz de relacionarse con profesores y pares y de interesarse en alguna materia de estudio. Es solo un ejemplo.
A propósito de esperanza y melancolía, me quedó pendiente comentar otro esquema más que es transversal a las posiciones políticas y, me imagino, muy chileno. Acaba de salir una ley para castigar un delito que tiene nombre solo en inglés —stealthing— y se refiere a prácticas de parejas en sus dormitorios. Se anuncia otro para regular las tallas del vestuario y evitar malestares al ir a comprar ropa. El esquema consiste en creer que las malas intenciones y las malas costumbres, la baja autoestima y las faltas al respeto mutuo, pueden corregirse recurriendo a la dictación de una ley o a la alteración de una norma burocrática.
No sé qué nexo estrambótico establecemos los chilenos entre la burocracia y los sueños, pero que el nexo existe me resulta evidente cuando se trata de proyectos de ley como esos. Tres meses de discusión que podrían tener mejor destino, un tema generalmente menor, una disposición mal redactada y destinada a transformarse en letra muerta. (Ojalá no pase algo análogo con la Constitución.)
Busquemos, al menos en los sueños, la letra viva. “Tras mucho esfuerzo, al poner en contacto y en mutua fricción los nombres, las definiciones, las perspectivas, los datos sensoriales, durante el examen benévolo de personas que se preguntan y responden unas a otras sin mala voluntad, aparece, como un relámpago, la comprensión de cualquier problema, y una inteligencia que alcanza los límites máximos de las capacidades humanas”. La cita no es reciente: es de la carta séptima de Platón. Podría ser también el sueño, la esperanza de una Convención Constitucional.