“¡Qué rápido pasa el tiempo: parece ayer cuando elegimos a Boric!”, dirán los chilenos en cuatro años. Entonces llegará el momento de hacer un balance sobre su gobierno, y ¿qué criterios elegiremos para juzgar su desempeño? El propio Boric nos ha ayudado en esa tarea, en la medida en que desde la campaña de la segunda vuelta ha dicho ciertas cosas en las que muchos estamos de acuerdo.
Así, una y otra vez ha señalado que él quiere ser un presidente que, al terminar su período, tenga menos poder que al comienzo. Eso se ve muy interesante. A lo mejor piensa que se trata de una promesa fácil de cumplir, porque la Convención quiere restringir la autoridad presidencial en beneficio de un Congreso unicameral o con un Senado reducido a la mínima expresión. Puede ser, aunque hay varias dificultades. De partida, después de su elección hemos visto cómo ha vuelto a adquirir fuerza la figura del primer mandatario. Tras haber sido vapuleada por la izquierda y cierta derecha en los últimos años, esta institución parece haber alcanzado ribetes mágicos en la figura del elegido, tanto que tiene que pedir que por favor no lo idealicen. El nuevo prestigio que parece haber conseguido la imagen presidencial tiene aspectos positivos, pero ciertamente reforzará su poder.
Además, por mucho que la nueva Constitución le quite atribuciones al jefe de gobierno, lo cierto es que el proyecto que el Frente Amplio y el PC presentaron al país está repleto de medidas que aumentan el tamaño del aparato estatal. ¿Cómo compaginar el empeño por construir un Estado de bienestar, agrandando un Estado históricamente centralista, con el deseo de descentralizar? Quiéranlo o no, esto significa dar nuevos poderes al presidente, o al menos a la burocracia estatal, y, de paso, aumentar el centralismo. En todo caso, los chilenos tendremos derecho a preguntarle a Boric en cuatro años más si cumplió su promesa de retirarse con menos poder del que tuvo al llegar a La Moneda.
Otro punto que concita una adhesión amplia son sus declaraciones de tono regionalista, lo que también parece una buena noticia. Ahora bien, reconocer valor político a las regiones no significa solo hacer conferencias de prensa al lado del Estrecho de Magallanes, sino permitir que tengan un peso en las grandes decisiones nacionales. Sin embargo, sucede que en el entorno de Boric, particularmente en el PC y gran parte del Frente Amplio, está muy difundida la idea de eliminar el Senado, como decía, que es la Cámara que introduce la representación territorial en el sistema político. Esta propuesta significa asestar una puñalada en la espalda a la causa de las regiones y fomentar la oligarquía de las grandes ciudades.
Los argumentos para hacerlo no son particularmente profundos. Se dice que hoy el Senado realiza la misma labor que la Cámara de Diputados. Con todo, si nos tomamos en serio esta razón, habría que partir por eliminar las cortes de Apelaciones, cuya competencia en muchos campos se superpone con la que tienen los jueces de primera instancia. El hecho de que una sentencia o una ley pueda ser revisada en dos niveles no es un método infalible, pero evita muchos disparates.
Por otra parte, en su reciente intervención en Enade, Boric ha mostrado la importancia de cuidar la economía. Los tiempos que se avecinan serán difíciles y no será posible llevar a cabo cambios estructurales si el país se queda estancado, porque no hay inversión ni reglas claras para sacar adelante proyectos que creen empleos y fomenten el crecimiento.
Las afirmaciones reseñadas más arriba, aunque presentan dificultades de ejecución, son puntos importantes en la propuesta de Gabriel Boric. Ellas constituyen un campo de acuerdo para personas de ideas muy distintas y proporcionan un criterio para evaluar su futuro desempeño.
Hay otros temas que él no ha mencionado, pero que son de sentido común. Me refiero especialmente a la política de vacunación y el combate a la pandemia que ha llevado a cabo este gobierno y que es reconocida como exitosa en todos los foros internacionales.
¿Es una locura pensar no solo en que se mantenga esta política, que a esta altura ya ha pasado a ser una política de Estado, sino que incluso parte de los mismos equipos que la impulsan? Sería un gran acto de humildad de parte del Presidente electo, pero calzaría con el sello que él busca darle a la renovación de la política que se propone llevar a cabo.
En las diversas tragedias donde Shakespeare narra la historia de Enrique V, se muestra a un personaje que tiene una vida frívola, rodeado de amigos no muy ejemplares, pero que luego cambia radicalmente cuando sube al trono de Inglaterra y se transforma en un auténtico monarca. El problema de Boric no ha sido ciertamente la frivolidad, sino los años en que tanto él como sus compañeros de ruta han actuado de modo predominante con la lógica de una asamblea estudiantil, pero hoy se le abre una oportunidad similar a la del célebre rey inglés.
Sin caer en las ingenuas idealizaciones de la izquierda, es posible que Boric experimente una transformación semejante a la descrita por Shakespeare. Sería una buena forma de mostrar que el poder no necesariamente corrompe, sino que a veces puede mejorar a la gente. Un baño de realidad no le hace mal a nadie.