Escuché a Pablo Neruda en Isla Negra describir la solemnidad con que la Universidad de Oxford, en el Reino Unido, lo había investido como doctor honoris causa. Los académicos, vistiendo sus medievales vestimentas, desfilaron desde la capilla en procesión de salida, expresando parabienes.
Nuestro fin de año alberga ceremonias, algunas con más oropeles que otras. Me tocó aquella donde la Facultad de Ciencias de la U. de Chile despidió al doctor Osvaldo Álvarez Araya, exigente maestro de grandes científicos, que se retira tras 53 años (https://bit.ly/3sLJwAs).
Ceremonia que inauguró el rector Ennio Vivaldi, sin oropeles, con recuerdos, un vinito de camaradería, gente presente por Zoom y, finalmente, los sentidos abrazos.
Ramón Latorre, compañero del doctor Álvarez, describió este nido de investigadores que se han respetado por más de 50 años; citó al rey Enrique V, por Shakespeare: “Nosotros pocos, nosotros pocos y felices, banda de hermanos (y hermanas)” (https://bit.ly/3EKvul4).
Y desfilaron miembros de esa pandilla.
Cecilia Hidalgo, presidenta de la Academia de Ciencias, habló sin ostentar su rango; apareció su lealtad con la obra de sus colegas. Rindió homenaje a Mitzy Canessa, Mario Luxoro, la creatividad, el entusiasmo, la valentía al fundar la Facultad de Ciencias. Amistades y deudas.
El doctor Álvarez escuchaba.
La directora del Departamento de Biología, Verónica Palma, le decía: “Te vamos a extrañar”. Al final, se corrigió: “No se va, se retira; esta va a ser su casa”.
Magdalena Sanhueza, hoy profesora, le dijo lo que otros reiterarían: “Has sido un gran maestro”. El doctor Álvarez integra las herramientas de la matemática y la física en los análisis que generan modelos de cómo funciona lo biológico, explicó. Lo citó: “No hay preguntas tontas”.
Ramón Latorre contó cómo el doctor Álvarez construía los instrumentos que, por caros, no se podían importar. Y relató sus intuiciones, sus habilidades matemáticas, electrónicas, computacionales. Juntos han escrito más de 40 publicaciones, una vida. “Te quiero mucho”.
Se sucedían logros, elogios y afectos. No dejaron pasar el golpe militar y sus emigraciones a grandes universidades extranjeras. El profesor Álvarez se quedó en la facultad y viajaba a visitar a los otros, que fueron regresando.
“Mi maestro, mi mentor”, dijo el joven doctor Juan Pablo Castillo, su último alumno de doctorado. Agradeció cómo había descubierto una nueva forma de aprender: termodinámica, biofísica, matemática. Y conocer de su profesor el aprecio por la ciencia y sus valores fundamentales: transparencia, rigurosidad, dedicación.
La doctora Ximena Cecchi le dijo al doctor Álvarez: “Has sido el cimiento de todo lo que he sido en mi vida”.
Cuando concluía la investidura de Pablo Neruda en Oxford, alguien lo llevó a una capilla y le metió al bolsillo un cheque. El doctor Osvaldo Álvarez recibió una medalla de la U. de Chile que no logró pinchar en su parca azul. Y un buen vino.
Y el afecto de toda esa banda de hermanos y hermanas, todavía en batalla.