Aparecen (¿o resucitan?) nuevos modelos, o posibilidades, o concepciones… es decir, “paradigmas” de expendio de comida, que ofrecen cocina aceptable, buenos vinos y, sobre todo, una variada “oferta” de otro tipo: música atronadora; ambiente cool para ver y ser visto; más tragos y cervezas que cualquier otra cosa; posibilidad de reírse a mandíbula batiente y de dar gritos de felicidad durante la hora y media que, en promedio, toma una comida.
El restorán Fe, ubicado en el mero centro del carrete santiaguino cachet et ton, ofrece casi todas esas posibilidades de no solo comer sino, mucho más importante, de “divertirse”. La base de todo el “constructo” es el conocimiento de la cocina peruana y la experiencia de sus fundadores en el rubro alimenticio. Solo que si lo que se busca es disfrutar de un buen plato y un buen vino en apacible ambiente (el mejor para apreciar lo que se come), no lo encontrará Usía en Fe.
Ahora, la comida. Decíamos “cocina peruana” pero es, más bien “nikkei”. Nuestra entrada de ostiones, intitulada Ostiones con mantequilla de ajo negro ($14.900) estuvo compuesta de unos 8 ostioncitos tamaño botón de chaqueta, presentados en su concha sobre una intensísima salsa o emulsión de mantequilla de ajo negro, jugo de limón, salsa inglesa y ajo frito que, en su tiranía, no permitió disfrutar del delicado sabor de los ostiones. Quizá si éstos hubieran sido grandes…
El Ceviche con todo su chile ($14.900), no obstante sus numerosos componentes, no destacó en absoluto.
El tono mejoró notablemente con unos fantásticos Spaghetti tinta de calamar (o sea, negros) “salteados en salsa pachikay, hecha con jengibre, salsa de soya, cebollín, mirin y fondo de pescado, acompañado de polvo de cochayuyo”. El polvo no se notó, pero el resto fue una verdadera delicia. Gran plato. Gran. ($17.900).
Nos anduvimos cayendo no poco con el Arroz con chanchito crocante ($15.900): el chanchito confitado (unas seis rebanadas tipo magret de pato), maravilloso, con la grasita crujiente, impecable. Pero yacía sobre una inmensa cantidad de arroz “arrisotado”, es decir, apelmazadito, la vista de cuya ingente masa quitaba el apetito. De hecho, sobraron tres cuartas partes de ella. El cuarto restante fue suficiente para acompañar el chanchito. Qué pérdida de materiales.
Hubo un larguísimo intervalo entre la entrada y los fondos. Los mozos no daban la cara, y con el ruido, no se oían nuestros gritos de auxilio. Como la cocina está un piso más abajo, en el trayecto nuestra orden se extravió. Cuando se dieron cuenta, nos mandaron dos copas de vino para consolarnos. No nos consolaron mucho.
En fin, los postres. La torta tres leches venía sobre un fondo de crema. Aceptable. No lo fue la crema volteada que estuvo a punto de hervir en algunas partes (incipientes granulosidades) y carecía, cosa verdaderamente imperdonable en restorán peruano, de la suculencia y untuosidad propia del postre.
Alonso de Córdova 4355, Vitacura.