Esos ojos, los de los niños y niñas, cómo nos miran y conmueven. Incluso los ojos de las niñas ciegas, o de los angelitos en las esculturas, o en las fotos o los retratos: nos llaman.
Despiertan así una “pulsión”, como diría Sigmund Freud, una ola de afecto o interés que surge de nuestro corazón. Algo genético, primario.
Hace diez mil años, al irse terminando la Edad del Hielo, una tribu de cazadores recolectores sepultó a una guagüita en una cueva en Italia. (En nuestro sur, ya seres humanos habitaban Monte Verde, cerca de Puerto Montt).
La pequeña de hace 100 siglos había fallecido de mes y medio. (He conversado con neonatólogos que tratan casos difíciles en recién nacidos; esos ojos, flamantes receptores de luz, los convocan a ellos y a los padres. Encienden el esfuerzo por salvar).
Esta niña prehistórica, bautizada en el siglo XXI como “Neve”, fue muy querida. La sepultaron adornada con más de 60 cuentas fabricadas con conchitas perforadas y cuatro aros de idéntico origen. También, como signo de dolor, incluyeron una garra de águila.
Las joyas hablan de quienes la enterraron, amándola y reconociéndola como persona. Ellos sí vieron sus ojitos. Y, para el funeral, aportaron sus propios adornos.
La Dra. Jamie Hodgkins, paleoantropóloga de la U. de Colorado, una de los autores del artículo sobre Neve en Nature Scientific Reports, está conmovida. Ella atribuye a la evolución de los ritos funerarios un inmenso significado cultural. (https://go.nature.com/3yNF7hu).
Que una niña fuese así sepultada le revela cómo era considerada persona. Los suyos le abren a Neve el camino a su individualidad, su capacidad moral, su dignidad como integrante del grupo. Hace 100 siglos.
La Dra. Claudine Gravel-Miguel, del Instituto de los Orígenes Humanos, Universidad estatal de Arizona, fue quien dio con Neve. Apareció “…un cráneo humano, pero de un individuo muy joven; fue un día emocionante”, dice. Siguieron rescatándola durante dos semanas, suavemente aplicando herramientas de dentista y un pequeño pincel.
Le comenté a una amiga sobre ese ancestral afecto por Neve, esa pulsión humana de comunión con los niños. Me preguntó si había conocido Göbekli Tepe, en la actual Turquía.
Yo no la conocía.
Estudié Göbekli Tepe, un impresionante poblado más viejo que la guagüita Neve, de hace 103 a 117 siglos, con el santuario religioso probablemente más antiguo del mundo. Ciudad descubierta en 1994. Con monolitos y bellos animales tallados: leones, toros, jabalíes, gacelas, asnos, reptiles, insectos, aves… y columnas con brazos orantes, una mujer seductora. Pulsiones.
Por el canto de un bloque de roca en Göbekli Tepe desciende tallado un pequeño cocodrilo, un juguete de niño que conquista. Y también, desde lo antiguo, entrega el misterio de la vida que palpita en nuestras mismas miradas.
Como ocurre en estos encuentros con los ojos de nuestros niños y niñas, que no bajan la vista. Pulsiones, como escribió Sigmund Freud; como el espíritu de Navidad.