Uno de los rasgos más obvios, pero al mismo tiempo más olvidado de la condición humana, lo constituye el hecho que todos los ideales, personales o colectivos, son por definición excluyentes o restrictivos. Nadie puede quererlo todo, desearlo todo o elegirlo todo. Querer, desear o elegir algo significa, al mismo tiempo, rechazar o excluir alguna otra cosa incompatible con la primera.
Elegir es, en este sentido, perder.
Y, sin embargo, en política esto es algo que suele olvidarse. Se pregunta a los candidatos o a los presidentes electos qué es lo que quieren, desean o eligen hacer. ¿Qué espera obtener? Es la pregunta habitual. Pero la que no se formula es la más interesante, ¿qué es lo que previsiblemente usted sacrificará para alcanzarlo? Como esta segunda pregunta nunca se formula, la parte más relevante —lo que su elección rechaza o los bienes que sacrifica— quedan en la sombra.
El problema que se acaba de identificar —el olvido de lo que al elegir se pierde— se acentúa cuando los anhelos, las demandas y los intereses son muy diversos.
En el caso del Presidente electo, Gabriel Boric, este es un rasgo que asoma de forma muy notoria. Si se atiende a su discurso, en él encuentran acogida todas las demandas: las de las minorías étnicas o pueblos originarios; las de género; las provenientes de las disidencias sexuales; la de grupos medioambientales; las que esgrimen los animalistas; los anhelos de protección de los más viejos; el rechazo generacional a la tecnificación de la vida; las demandas de los grupos medios, etcétera. Si hubiera que describir todo eso, habría que decir que es un río torrentoso que se abre paso en la sociedad chilena.
El problema es que en esta vida —lo más probable tampoco en la otra, si existiera— no se puede alcanzar todo y por lo mismo para obtener algunas cosas hay que sacrificar otras. Este rasgo de la condición humana no debe entristecer. Si se pudiera obtenerlo todo, si los objetivos no riñeran a veces entre sí, si al elegir no se ejecutara al mismo tiempo el acto de excluir, la política no existiría, tampoco la literatura, menos la cultura que no es otra cosa que el gigantesco esfuerzo de los seres humanos para consolarse de la escasez del tiempo y de los bienes.
Y es por eso que la pregunta más interesante que cabe formular al político es a qué renuncia, qué sacrificará, qué excluirá.
Así entonces en ese río torrentoso que son las demandas que el Presidente electo ha acogido, no solo hay cosas que se obtendrán una vez que se satisfagan, sino que habrá otras que se perderán o postergarán. Y este no es solo un asunto de recursos: sino que los objetivos en sí mismos son también, por definición, excluyentes.
El énfasis identitario y multicultural es incompatible con la idea de nación como se la concibe desde el XIX; el cuidado escrupuloso del medioambiente supone sacrificar, siquiera en parte, el bienestar material; el reconocimiento de las disidencias supone abandonar alguna normalización de la sexualidad; el animalismo supone modificar la cadena alimentaria industrialmente organizada. Cada uno de esos objetivos exige, por definición, excluir a algún otro que en algún sentido es también valioso. No es que se enfrente un bien con un mal, es que se enfrentan bienes entre los que hay que escoger. Y a ello se suma la cuestión económica, la necesidad, como observó Samuelson, de elegir entre cañones o mantequilla: la protección de los más viejos exigirá sacrificar algunas demandas de los más jóvenes; resolver la cuestión de la vivienda, abandonar para más adelante la gratuidad universal en educación, etcétera.
En suma, la fisonomía de cada objetivo social, político o individual se recorta sobre el fondo de todo aquello que se excluye o con lo que es incompatible. Y una gestión gubernamental, incluso cuando es exitosa, siempre se dibujará sobre el fondo de aquello que se sacrificó para lograrlo.
Por eso, apenas ejerza el gobierno y experimente sus asperezas, Gabriel Boric (para usar una frase de F. Rico) mirará cómo el río corre hacia atrás, verá la negra espalda del tiempo y entonces escuchará: ya no eres joven, Presidente.