El Presidente electo ha solicitado a la Convención no ser “partisana”. ¿Qué quiso decir con eso?
Hay ocasiones en que las palabras que usamos portan un sentido oculto, un significado que subyace a aquel que aparentemente se les quiso dar. Es que las expresiones lingüísticas, como los sueños, tienen un significado manifiesto y otro latente.
Así ocurrió con el empleo de “partisano” por parte del Presidente electo.
Cuando Gabriel Boric le dice a la Convención que no sea partisana, quiso decirle, al menos a nivel manifiesto, que no tomara partido a favor de su gobierno, sino que adoptara, o se esforzara por adoptar, un punto de vista imparcial que considerara los intereses de todos. Usó, pues, la palabra “partisano” en sentido figurado, como quien toma partido. Les dijo entonces que en vez de tener en cuenta solo una parte, consideraran el conjunto. Desde luego tiene toda la razón: una Constitución diseñada atendiendo a intereses parciales estaría siempre amenazada por la parte excluida. Esto es lo que hace inconveniente el afán puramente identitario de algunos miembros de la Convención. Por eso algún autor, John Rawls, sugirió que la condición ideal para discutir instituciones básicas se alcanzaría mediante una “posición original” en que cada uno ignorara en qué sociedad va a nacer y qué posición va a ocupar en ella.
Pero esa palabra posee también otro significado.
En sentido estricto, ella alude a quien se comporta como un grupo de combatientes que lucha contra un ejército de ocupación. En este caso el núcleo de significado de la palabra no alude a una actitud parcial, sino a un comportamiento hostil y de lucha.
Y llegamos aquí al significado latente de las palabras de Gabriel Boric.
Porque ocurre que la Convención, o algunos de sus miembros, para ser más preciso, han creído, o al menos creían hasta antes del triunfo de Gabriel Boric, o lo seguirán creyendo hasta que él asuma, que Chile estaba ocupado por un gobierno ilegítimo al que había que resistir y combatir así no más fuera, a falta de mejores armas, con el desdén (¿de qué otra forma se explica que nunca se hubiera invitado al Presidente Piñera como sí se acaba de hacer con Boric?). Así entonces, cuando el Presidente electo les pide a los convencionistas no comportarse como partisanos, está también reprochándoles, de modo implícito, la manera en que hasta ahora han concebido su tarea.
La tarea de la Convención —y el Presidente Boric tiene toda la razón al subrayarlo— consiste en deliberar acerca de las mejores reglas para la comunidad política. Y esas reglas no pueden consistir en favorecer los intereses de una parte, sino que deben considerar lo que sea mejor y más bueno para todos. Por eso ser miembro de una Convención Constitucional supone el deber de adoptar la perspectiva del partícipe en primera persona del plural (nosotros el pueblo) y abandonar el punto de vista del actor que se deja guiar solo por lo que demanda su propio éxito.
Hay una muy poderosa razón para que los miembros de la Convención adopten esa perspectiva.
Se trata de la legitimidad.
Y es que en una sociedad diversa y plural el consenso pleno solo puede alcanzar al procedimiento mediante el cual se adoptan las decisiones y no necesariamente al contenido de estas últimas. Pero para que, a pesar de que no reflejen los intereses de cada uno, esas decisiones se vivan como legítimas y todos tengan razones para obedecerlas es necesario que ese procedimiento sea equitativo y quienes participan directamente de él lo hagan esforzándose por ser imparciales, poniéndose en el lugar de todos.
Esa es la única forma de resolver el desafío que planteó Rousseau: que al obedecer la ley cada uno se reconozca en ella y se obedezca a sí mismo.