Luego de las derrotas de la centroderecha y de la centroizquierda los candidatos que, por el momento, salen a la conquista de los votos del centro y de la moderación, así como de los pragmáticos, descreídos y desideologizados adherentes de Franco Parisi, debieran entender que, a mediano plazo, su misión fundamental consistirá en tender puentes entre los diversos mundos que ahora se confrontan.
La búsqueda del voto de centro ha llevado a los dos candidatos a un significativo ejercicio de moderación; en el caso de Kast, fundamentalmente en su agenda valórica; mientras que, en el caso de Boric, en su programa económico. Se ha debatido mucho si esta es una manifestación de cinismo electoral, movido por la ambición de ganar, o una sincera comprensión del país, que anida en políticos profesionales que buscan representar a un país más ancho y ajeno que las fuerzas que los respaldaron en primera vuelta. Si lo segundo, el arte de alejarse y hasta traicionar a los adherentes más duros podría no ser un defecto político.
Tal vez lo importante no sea ni lo uno ni lo otro, sino cuánto en verdad habrá transformado al futuro Presidente de la República esta, la más rica de las experiencias y lecciones de una campaña política, como es la de intentar comprender y representar un país tan diverso. Ojalá, mientras dure este esfuerzo, uno y otro adquieran conciencia de que el puro y convencido candidato de la primera vuelta no logró la adhesión de un tercio de los votantes, votantes que son menos de la mitad de los potenciales electores, mientras que el Presidente que aspiran a ser deberá representar no solo a la totalidad de los ciudadanos, sino también preocuparse de las generaciones por venir.
Los programas importan más como muestras de aquello a lo que se adhiere que como verdaderas promesas de lo que se hará. Frei R.-T. nunca prometió la reforma procesal penal, ni Piñera el matrimonio igualitario. Son las limitaciones y el siempre sorprendente devenir el que termina por escribir lo posible. Los presidentes apenas impulsan agendas y aprovechan o desprecian las oportunidades que se les presentan. Más importante que eso, los presidentes unen al país o lo dividen; crean ambientes de concordia o de discordia; generan o disminuyen la confianza.
Y son los ambientes políticos los que permiten que las instituciones y los mecanismos de gobierno funcionen o se atasquen. No cabe esperar buenas políticas públicas en medio de un mal ambiente político.
El país no está escindido, ni a punto de una confrontación fratricida, pero no es menos cierto que, por primera vez desde el año 90, son los polos los que han alcanzado las dos primeras mayorías, que ninguno de ellos llegó al tercio de los votos y que cada uno de esos polos desconfía profundamente y teme visceralmente a sus adversarios. ¿Quién sino el presidente podrá tender puentes entre estos dos mundos? ¿Terminaremos como los argentinos hablando de una grieta entre ellos?
Son los presidentes los primeros llamados a evitar la polarización y son de los pocos que pueden estar por sobre los ánimos confrontacionales de sus partidarios. Por ahora, los candidatos están haciendo unos primeros ejercicios de liderazgo, entre simulados y sinceros, de hablarles a quienes no son sus fieles adherentes naturales.
Es probable que triunfe aquel que logre hacer más auténticamente ese viaje desde su nicho propio a la representación mayoritaria. Es de esperar que ese triunfador no olvide que fue ese viaje lo que le dio el margen final. De esa conciencia dependerá que luego alcance a dar el ancho una vez que asuma el cargo de ser el Presidente de todos los chilenos.