Las “posturas”, en política, son a veces pendulares. No son “plumas al viento”, sino que oscilan de un extremo al otro. Ese comportamiento no es propio de las ideas. Lo es de las emociones más básicas, más fisiológicas de los seres humanos. El hambre, el deseo, el miedo. Entonces no nos gastemos tanto en calificar. Miremos, antes. El significado de theoria era, originalmente, el de mirar.
Miremos qué era “tener calle”, antes y después de las elecciones del domingo. Era caminar por un lugar que mostraba la esperanza de muchos, sí. La calle es espacio público, y la esperanza colectiva se puede manifestar allí gozosa y fácilmente. El espacio de los miedos, por el contrario, es privado y vergonzante. Bordea la indecencia, porque es difícil de defender, fácil de desestimar; pero es una de las emociones colectivas básicas y su potencia oculta suele pasarse por alto. Miramos mal, no lo supimos ver.
“Tener calle” fue el sueño erótico de varias “burbujas epistemológicas” en que se vivía. (Lo de “burbuja epistemológica” proviene del twitter y lo recogí justo después de la elección.) Cada uno viviendo en su propio espacio de sueños, reforzados por los algoritmos que hoy rigen la comunicación. Creo que sabemos que hemos mirado mal, tanto “la calle” como otros espacios, cegados cada uno por sus propios deseos. Muchos alegan contra el país. Deberíamos alegar contra nosotros mismos, por haber sido incapaces, una vez más, de mirarlo, de leerlo y de comprenderlo. No tomamos en cuenta el miedo que lo acompaña, cuando los débiles se sienten indefensos y desprotegidos, sometidos y obligados por fuerzas que no entienden. Las llamadas “fuerzas de orden” no supieron imponerlo, no fueron capaces o se sintieron desautorizadas; cayeron en la violencia que hubieran debido castigar. Así llegamos a estar como estamos.
Cuando de chicos nos bañábamos en el mar, sabíamos perfectamente eso de la ola y de la contraola. La segunda era más peligrosa. Solía pegar más fuerte y llevarnos para adentro. Parece haberse llegado a algún tipo de colmo en nuestra vida social, con las personas hartas de incertidumbres y de inseguridades, hartas de gritoneo y rayado de muros con palabras que ofenden, hartas de espacios públicos arrasados y violentados. Gente con pena, con miedo. Y viene la contraola. Los gringos hablan de “backlash” y se cree que no tiene equivalente en castellano, pero “contraola” funciona bastante bien.
“Sin pena ni miedo”, escribió una vez el poeta Raúl Zurita en nuestras montañas del norte. Ojalá sea alguna vez así.