Estamos a dos semanas de una elección importantísima y quedan todavía cosas poco claras. De partida, muchos aspectos del proyecto de Gabriel Boric. Dos ejemplos.
Su propuesta en materia de pensiones ha sido calificada de una “estafa intergeneracional” (Patricio Arrau). Gracias a ella, tendremos cuatro años de abundancia, donde las jubilaciones van a mejorar, pero luego empezarán las vacas flacas de manera creciente. Se trata de un sistema ingenioso, que no tiene su origen en los economistas del Frente Amplio, sino en el programa de Daniel Jadue.
Además, está el problema de La Araucanía, donde da la impresión de que el frenteamplismo no distingue tres cosas diferentes. De una parte, el problema mapuche (la “deuda histórica” de la que hablaba Gonzalo Vial). De otra, el hecho de que algunos grupos radicales, como saben que jamás obtendrán nada por la vía democrática, han elegido el camino de la violencia. Se la justifica con una visión del pasado, donde están ausentes fenómenos tan centrales como el mestizaje y el hecho de que la gran mayoría de los mapuches profesa precisamente esa religión cristiana cuyos templos queman. En tercer lugar, está el narcotráfico, que ha encontrado el lugar y la tapadera perfectos para su negocio, y está en óptimas condiciones para proveer de fondos y armas a los grupos radicales.
El diálogo es fundamental en La Araucanía, pero el mundo del FA no parece ver que no cabe entendimiento con los narcos. Tampoco resulta conversar con alguien que tiene una metralleta en la mano y cuyo método de trabajo es aterrorizar a quienquiera que lo obstaculice.
Hay muchas preguntas que querríamos hacerle al candidato Boric; sin embargo, el covid le impide responderlas. Espero que esté repuesto el día 15, que el debate no se limite a un “todos contra JAK” (lo más probable), y al menos queden unos minutitos para que el abanderado del FA/PC conteste varias interrogantes pendientes.
Por su parte, el entorno de Sichel explica el auge de Kast por su campaña del terror. Olvidan que ellos mismos han ahuyentado a sus votantes más conservadores. Los ejemplos abundan. Si dicen que Kast es un extremista porque está en contra del “matrimonio igualitario”, el principal ofendido no es el candidato republicano, sino esa gran masa de electores conservadores y socialcristianos que están en esa amplia y variada zona que va entre Sichel y Kast. Además, la desafortunada forma de reaccionar del candidato ante las críticas le ha impedido poner en discusión los temas que le importan.
En cuanto a Kast, le ha sucedido algo semejante al caso de Boric. Su estrategia apuntaba a cuatro años más; ahora, de manera inesperada, se encuentra en la primera fila. Se ve, por ejemplo, cuando uno lee su programa de gobierno, que parece marcar más un contrapunto con otras posturas de derecha que señalar una auténtica ruta de gobierno. Su tono un tanto nostálgico no parece hacerse cargo de la complejidad del Chile actual. Así, muchísimas de sus propuestas están dedicadas a problemas de seguridad pública. El tema es vital, pero no constituye una plataforma de ideas para gobernar, sino una condición imprescindible para que haya un buen gobierno.
Con todo, aquí podría aprovechar la tarea programática que ya hicieron los equipos de Lavín, Desbordes, Briones y Sichel. Sería una buena señal. Además, resultaría poco prudente prescindir de esos trabajos, donde existe una clara conciencia de que hay un malestar que no se explica solo por las acciones de violencia octubrista o el terrorismo en La Araucanía. Sin ese malestar, resulta incomprensible la extraordinaria complacencia que mantuvo la sociedad chilena respecto de la violencia y la destrucción. Si ahora la gente se da cuenta de que las cosas se salieron de madre, eso no implica que el crecimiento del apoyo a Kast signifique que simplemente quieren volver a un escenario como el anterior al 18 de octubre.
¿Y Provoste? Es un caso sorprendente. Se trata de una candidata que no parece tener interés por entender a su sector. Su ADN izquierdista la ha determinado por completo: está más preocupada por quitar votos al FA/PC que por consolidar una base electoral a partir de la moderación de la centroizquierda. Así, ha perdido un tiempo precioso para bajarse de proyectos extremos, como el indulto a ciertas acciones delictuales y la nacionalización de los fondos de pensiones. Ha mostrado una inflexibilidad que se refleja en las encuestas, donde apenas se mueve entre una semana y otra. Es decir, solo les habla a otros que parecen pensar como ella. Bien podría haberse ahorrado la campaña.
Cabe, por supuesto, que Yasna nos dé una sorpresa, pero si su resultado corresponde a lo que dicen los sondeos de opinión no podrá culpar a nadie. En todo caso, tenga éxito en su personal aventura política o termine por ser un fracaso, la responsabilidad será solo suya.
Mucho se juega en esta elección y son pocas las ideas que ha exhibido esta campaña. Ojalá pudieran llegar a algún acuerdo mínimo, para que a partir de marzo no tengamos una pura guerra campal. Quedan dos semanas: quizá nuestros candidatos puedan hacer un nuevo esfuerzo y dar lo mejor de sí. Dudo que a los chilenos nos entusiasmen el juego sucio, las frases grandilocuentes y las descalificaciones. Queremos más.