¿Tiene importancia que un candidato presidencial conozca los números y las magnitudes económicas que deberá, si es elegido, manejar?
La pregunta tiene mucha relevancia luego que Gabriel Boric tropezara varias veces en cuestiones económicas. Dijo que se requerían 400 mil millones de dólares para el agua en sectores rurales (casi cinco veces el presupuesto nacional); que 1.000 UF era el monto del ingreso de quienes integran el uno por ciento más rico de la población (todos quienes generan más de 30 millones de pesos serían súper ricos); y antes, en una entrevista con T. Mosciatti, había incurrido en los mismos o similares errores, los que en el debate con Kast repitió (atribuyéndole a este último miles de millones de dólares, cuando debieron ser decenas).
Algunos de sus partidarios inmediatos salieron a explicar estos tropiezos y dijeron que era mejor no exagerar frente a lo que, obviamente, eran lapsus.
Simples lapsus.
Pero esa explicación —que se trata de lapsus— no puede ser peor. Basta haber dado un vistazo a Freud para saber que un lapsus, un tropiezo lingüístico, puede ser peor que la ignorancia en la medida que en él se desliza algo que el sujeto, inconscientemente, quiere ocultar, algo que le resulta ajeno e intolerable. Luego, si se acepta que en este caso no es ignorancia, sino un lapsus, la pregunta surge de inmediato, ¿cuál es el significado de ese lapsus?, ¿qué es lo que desplaza y oculta? Para Freud —en su famosa “Psicopatología de la vida cotidiana”— el lapsus linguae, como todos los actos fallidos, no es en realidad un fracaso de la comunicación, puesto que mediante él se revela una escena inconsciente, aunque de forma enigmática y algo torcida.
Aceptemos, entonces, que se trata de un lapsus. Esta explicación es razonable, puesto que Gabriel Boric, como todo el mundo advierte, es un hombre inteligente, elocuente, sagaz, agudo, reflexivo. Por este motivo, errores tan flagrantes y repetidos no pueden ser en él un defecto de inteligencia o de comprensión, puesto que Boric no es ni un palurdo, ni un paleto, ni un ignorante. Sus errores no pueden —en conclusión— ser sino un lapsus. Bien. Pero, en tal caso, es urgente preguntar, ¿qué dice ese lapsus?
Los lapsus se configuran cuando, de pronto, irrumpe en el habla un pensamiento perturbador que se quiere ocultar; pero que mediante el lapsus se las arregla igual para salir a la luz. ¿Cuál es el pensamiento perturbador que Gabriel Boric posee y que el lapsus revela? Es probable que ese pensamiento perturbador sea la convicción de que el comportamiento económico y el mercado reflejan los aspectos más deplorables de lo humano (el lucro entre ellos) y que, en cambio, son otros los valores que han de guiar la vida colectiva. En la explicación que el propio Gabriel Boric dio de sus errores, hay una pista:
La gente —explicó— está chata de las promesas vacías, la gente está cansada de los políticos que roban, yo podré cometer errores, pero les aseguro que tengo las manos limpias, no tengo inversiones en el extranjero ni ando mintiendo respecto a quién financia nuestras campañas.
El pensamiento perturbador que habría asomado en esos lapsus parece ser el siguiente: la esfera económica que maneja tan bien Piñera es al mismo tiempo un plano inclinado hacia la corrupción y la abyecta inmoralidad. Detrás del éxito y el bienestar económico acecharía la suciedad y la incorrección. Puede conjeturarse, luego de oír esa declaración, que ese es el pensamiento perturbador —la verdad en la que él cree— y que asoma, porfiado, cuando se le interroga sobre cuestiones económicas bajo la forma de lapsus que a quien no supiera que Boric es Boric le sonarían simplemente ridículos.
Es probable que ese pensamiento perturbador sea el que Boric trata de controlar una y otra vez; pero justamente por tratar de controlarlo (como enseña uno de los ejemplos que relata Freud) acaba asomando de manera casi obsesiva aunque bajo la forma de un lapsus.
¿Será ese el sentido de estos lapsus tan repetidos en una persona indudablemente inteligente?
Si Gabriel Boric fuera torpe o estúpido o iletrado, si fuera, como se dijo antes, un palurdo, un paleto, un ignorante, un zafio, un rústico, o simplemente una persona iletrada, el lapsus sería inofensivo: nada que no se pudiera corregir por un grupo de asesores. En suma, no tendría ningún significado.
Pero todos saben que Boric no es un iletrado, ni un ignorante, ni un paleto, ni un zafio, ni un rústico, y por esa razón su lapsus es alarmante: en sus tropiezos acecha un significado que el propio candidato no se atreve a confesar ni siquiera a sí mismo.