Robo el título, “Instantáneas”, de un libro del eximio Claudio Magris. Lo estoy leyendo.
Primera. Estoy en Santiago de Chile. No me muevo mucho, aunque quisiera. Ayer anduve en calles inundadas de autos a todas horas, en calles interrumpidas, en tacos. Ayer estuve en Santiago Centro, en la calle Almirante Montt. Se pueden apreciar los esfuerzos hechos desde el año pasado por mejorar esa calle ya sin autos, limpiarla, ponerle bancos y plantas altas en macetas. La sede del Instituto de Chile agradece permanentemente a sus vecinos, agradeció a la Municipalidad de Santiago, y se suma a cualquier esfuerzo por ser, en Santiago Centro, un lugar de tranquilidad, de civilización, de cultura, de conversación. Es una calle sin salida, con notable arquitectura. Su salida única ha sido hacia la música (qué bello concierto logramos tener antes de la pandemia), hacia el teatro, hacia el cine: en el Instituto de Chile se juntan las artes y las ciencias, y se suma desde hace varios años la voluntad de abrirse hacia la sociedad y el barrio.La instantánea que recuerdo, la que invento: una conversación mía en la calle con la dinámica presidenta de la Academia de Bellas Artes y con uno de nuestros vecinos, haciendo planes. Está difícil vivir en estos días. Los lugares de respiro y de encuentro son pocos. En ese barrio, cerca del Parque y los museos, ahí estamos fotografiando nuestras ganas de un futuro abierto, limpio, despejado, donde la cultura no solo se reviva, sino que se vaya creando también.
Segunda. Medio borrada, esta instantánea de otras épocas, pero de lugares cercanos. Vivía frente al Parque Forestal. Bajábamos del departamento a jugar allá, junto a nuestros primos, bien vigilados. En octubre, a veces, podíamos sacarnos los soquetes y ponernos sandalias. Donde ahora hay una calle que atraviesa el parque, echábamos barquitos en una pila tan chica como nosotros. Mi hermano, enamoradizo desde los cuatro años, perseguía corriendo a una niña desdeñosa, pálida, de nombre Violeta, que lo miraba apenas. Algunos personajes paseaban leyendo libros en voz alta. ¿Recuerdo alguna capa oscura al viento? Tal vez. “Son estudiantes”, me soplaban. De Bellas Artes, de Derecho. Con el tiempo, leyendo a Lafourcade, sumé algunos integrantes de la generación del cincuenta a esos caminantes.
Bajo el puente del Mapocho estaban otros niños. Los fotografiaba no mi memoria, sino Sergio Larraín, en esos años. Si no estaban allí, podían encontrarse, descalzos, pidiendo limosna en las esquinas. Eran cientos. En el Museo de Bellas Artes se expusieron esas fotografías en 2014 y me quedé pegada en ellas. Era la otra infancia, la que no “se” veía, la que no veíamos. “El mundo convencional te pone un biombo”, es frase de Sergio Larraín. La debo al hermoso libro de Catalina Mena, “La foto perdida”.
El inconsciente de una persona o de una sociedad es lo que está a la vista de todos, pero que no estamos viendo. Se me ocurrió mientras leía a James Hillman, el psicoanalista. No sé si es de él.