La novela narra las peripecias del protagonista —Hache— que acaecen en dos momentos claves de la historia de Chile del siglo XX. Uno, ocurre en 1972, durante el gobierno de la Unidad Popular y, el otro, en un momento de la represión dictatorial posterior al golpe de Estado. Esos dos referentes temporales, sumado a la situación del protagonista frente a los hechos y la de los otros personajes, permiten una lectura política nítida de la novela. Aunque también es patente que el movimiento colectivo en que van ensartadas sus vidas no es la única dimensión relevante del relato porque existe una historia de amor entre tres personas entrabada allí, una reflexión sobre la escritura y el trabajo de la memoria e, incluso, una reflexión antropológica sobre la identidad del individuo en su relación con la historia.

Valdés profundiza analíticamente en la casi inutilidad de la distinción entre lo exterior y lo íntimo de una experiencia que nunca se desenganchan, compenetrándose en el relato de manera vertiginosa en la última escena: el embarque del protagonista en un avión que lo llevará fuera de Chile.

Sorprende de esta novela su inusual factura. El protagonista —este “Hache”, el nombre de una letra que no suena— es un protagonista de alta capacidad analítica, cognitiva, reflexiva, crítica. Es un sujeto que está incesantemente acosado por preguntas agudas, por reflexiones que presionan sobre las acciones personales y públicas en que participa, sobre sus emociones. La subjetividad de Hache es la protagonista: su devenir está permanentemente siendo dilucidado por una inteligencia pertinaz, acosante y filosa, atravesado por un “logos” poderoso, un anhelo nunca satisfecho de articular todo en un relato con sentido y, a la vez, consciente de la propia imposibilidad de su anhelo.

El protagonista es un escritor y a la vez un pensador, sobre todo, si se cree como dijo alguien que “el preguntar es la devoción del pensar”.

El escritor que plantea un personaje así está enfrentado a un desafío mayor —que muy pocos escritores han logrado superar—, el desafío de mostrar en el texto mismo la inteligencia analítica del protagonista. No solo referirla, sino exponerla para que el lector pueda juzgar su agudeza, originalidad, honestidad. El desafío comienza en que el autor debe poseer en sí mismo esa capacidad intelectual porque de otro modo no es posible simularla en un relato. Es lo que logran, por ejemplo, Saul Below o, antes y en otra esfera, Robert Musil.

En este orden de exigencia A partir del fin es una novela notable porque dibuja una subjetividad inteligente, sutil, escéptica, desgarrada, con sentido del humor, con un pensamiento agigantado volviendo sobre sí, sobre sus emociones, acciones, sobre la temporalidad que atraviesa los hechos, sobre su propia identidad, huidiza tras esa “Hache”.

La necesidad atormentada de encontrar un sentido a las acciones y poder darles una ilación que les conceda un sentido final y total a todas ellas —necesidad que es, por cierto, objeto de interrogación por el protagonista— es central en la construcción del relato que, en definitiva, se la juega en la construcción de esa subjetividad.

Valdés escoge una narrador en tercera persona focalizado sobre la interioridad de Hache, que es la lente potente que escudriña todo, permeando todo el relato. La descripción de esa mente es muy buena, de gran nivel, la preguntas que se hace, las repuestas que ensaya están en sintonía con un lector analítico, incluso pueden empatizar con él porque la lente, mirada de cerca como lo hace Valdés, es la que configura la realidad y es a partir de ella que se advierte la complejidad de esta o se decae en el empobrecimiento de lo acaecido.

Vivimos tiempos en los que el mundo intelectual tiende a borrar los matices, los dilemas y las precauciones. Aquí encontraremos lo otro: el dolorido pero inevitable primado del pensar sobre el actuar, el único destino posible para Hache. Es tal la fuerza de ese destino que esta novela se da el lujo de contener, a modo de epílogo, un crítica de la novela —que podría substituir a esta—, una crítica aguda, inteligente, difícil de criticar es esa crítica.

Una piedra de toque de un relato así es la pregunta acerca de cómo un narrador extraño a la historia puede enterarse y comunicar con tanta precisión y finura un acontecer invisible para cualquiera, interno, perteneciente a sí mismo y que suele quedar clausurado allí. Es por ello que abundan hoy la narraciones en primera persona, que eluden el problema. Ante este libro esa pregunta no surge porque está de tal modo ajustado el tono y rasgos del protagonista con las características del narrador que nos parece natural navegar privilegiadamente en el océano de su subjetividad, sobre la cual el relato se acerca en una suerte de implacable zoom.