Después de años extraordinariamente adversos, incluso para un país con historia normalmente infausta como es este, da gusto comprobar que algunos restoranes han sobrevivido con notable vigor y gozan hoy de una buena salud envidiable.
Uno de ellos es Jerónimo, cuyo eclecticismo es notable (y puede que esté entre las causas de su sobrevivencia): nació pregonando la bondad de unos hornos importados, que aún existen, por cierto, y ofreciendo una carta en que se alternan platos mexicanos y peruanos. Nada menos (y no “nada más y nada menos”, como están comenzando a decir los ignaros que hablan en “la tele”): se trata de las dos mejores cocinas de América.
Partimos con una excelente degustación de tacos mexicanos de tres tipos (“al pastor”, de chancho marinado; de lomo, con salsa de ostión, y “gobernador”, de pulpo y queso), presentados en seis unidades ($16.200) que alcanzan como buena entrada para dos. Las tortillas son de maíz y caseras (importaron un artesano mexicano y sus métodos para nixtamalizar el maíz), cosa muy rara en Santiago. El único detalle que se les podría objetar es que las dos salsas que los acompañaban eran poco picantes (podríamos haber pedido más ají, pero preferimos dejarlos como estaban, ya muy buenos).
El chaufa “aeropuerto” ($17.500) que vino a continuación fue muy notable. Porque sin abandonar los modos y “tics” propios de este plato, traía además una novedad: junto con trocitos perfectamente al dente de brócoli, estaba aderezado con rabanaditas sutilísimas de… repollo, cosa que le daba un frescor y un algo inusitado que agradecimos inmensamente, porque aunque la preparación es en sí ganadora (nuestros hijos llegaban galopando a almorzar cuando la cocinera peruana lo hacía los domingos), esta alteración deja entrever cuántas posibilidades todavía inexploradas es capaz de incorporar (el arroz es inagotable en cuanto a estas posibilidades). Riquísimo, sorprendente. Pero traía además un par de costillas de chancho guisadas a la perfección, con su salsa agridulce, puestas por encima del arroz. Ambas cosas por separado son estupendas; juntas, “no se leen”, como dicen los arquitectos frente a un edificio de concepción confusa. Seguramente esta combinación es muy apreciada en los huariques limeños, donde contribuye a que el plato sea sobreabundante; pero cuando algo es bueno tal cual, mejor dejarlo tal cual. Lo mejor es enemigo de lo bueno.
Catamos también un pulpo a la parrilla ($16.500), asado a la perfección, blando, sabroso, acompañado de papas y hortalizas (así se dice; no “vegetales”, que es término botánico e inglés, además).
Dos excelentes postres: un cheesecake de arándano hecho con mascarpone ($6.900) y base de galletas Oreo, y un fruit fool ($6.100) muy bueno, que fue, en realidad, un rico “trifle” con alguna materia crujiente entre las capas (solían por eso llamarlo aquí “crumble”; pero el “crumble” lleva lo crujiente solo en la superficie).
Como de costumbre, excelente atención (esta vez a cargo de Joselo, amable y diestro limeño).
Alonso de Córdova 3102, Vitacura.