“La pregunta fundamental es cómo yo logro adaptarme al cambio climático, cómo puedo yo hacer viticultura en las actuales condiciones”, me dice Sven Bruchfeld, socio y enólogo de la viña Polkura, mientras probamos la nueva cosecha de Secano, su cien por cien syrah hecho de un viñedo que no se riega, que solo se alimenta de la lluvia, algo que en estos tiempos parece un imposible.

Polkura, como lo dice Bruchfeld, podría ser uno de los “niños símbolo” de los problemas de sequía que sufre hoy Colchagua en particular, y también la viticultura en general en nuestro país. El déficit hídrico de más de una década ha hecho que los viticultores se replanteen muchas cosas y también los ha hecho tomar decisiones radicales, como las cinco hectáreas de cabernet sauvignon que Polkura debió arrancar en sus viñedos de Marchigüe, una zona hacia el este del Valle de Colchagua, en donde el tema de la escasez de agua siempre ha estado latente. “Las tuvimos que arrancar no porque se hubieran secado, sino porque sencillamente su producción era demasiado baja”, dice Bruchfeld.

Esta fue una de las decisiones que Polkura ha debido tomar para adaptarse a los cambios climáticos, otra de ellas fue ese viñedo que da Secano, un delicioso syrah que está entre los mejores tintos de Colchagua. Bruchfled, sin embargo, cree que se debe hacer más, sobre todo en el centro del valle, donde el calor y la sequía pueden llegar a ser más serias. “Creo que, de partida, se deben convertir los sistemas de riego. Ya no se puede ocupar el riego superficial, ni en viñas ni en ningún otro cultivo”, señala, agregando que lo que se debe privilegiar son los riegos tecnificados, mucho más eficientes en el aprovechamiento del agua.

Y también, claro, las variedades que mejor se adaptan a los cambios en el clima van a ser un tema. De hecho, ya lo son. Aunque hay muy buenos ejemplos de cabernet sauvignon en el centro de Colchagua, también es cierto que uvas como el syrah, mucho más acostumbrada a climas rigurosos, dan muy buenos resultados, no solo en términos de calidad, sino que también en volumen. Y así lo han entendido los productores colchagüinos, que hoy tienen unas 2.200 hectáreas de la uva.

El syrah es la más conocida en Chile de las llamadas uvas “mediterráneas”, pero hay otras que también tienen la cualidad de adaptarse muy bien a situaciones extremas de calor y falta de agua, como el monastrell (o mourvedre), la cariñena (o carignan) o la garnacha (o grenache), que poco a poco están ganando fama en el país. En Colchagua, las tres suman algo más de cien hectáreas, que se reflejan en un puñado de vinos deliciosos que maduran bajo el sol del centro del valle: tintos llenos de frutas rojas, firmes en texturas, generosos en cuerpo; el tipo de tintos que van bien con todo tipo de carnes, embutidos, charcutería, comida invernal; para vinos que aman el sol y que hoy se convierten en un nuevo camino para Colchagua y también para otras zonas del valle central chileno.

Claro que la irrupción de las mediterráneas en Colchagua no necesariamente significa la extinción de las otras. Al menos en el futuro cercano, no se ve que el cabernet sauvignon o el carmenere, las estrellas del valle, desaparezcan. Para eso, el temido fenómeno de desertificación tendría que ser una realidad. Claro que en ese caso, como afirma Bruchfeld, ya no va a ser posible plantar ni garnacha ni cabernet ni nada.