Cuando niño me preguntaba por qué en Chile éramos tan pobres si teníamos más superficie que Francia y más recursos naturales que Alemania. Fui a Argentina el año 1978 y me pareció estar en otra galaxia. Ahora, cuando voy parece detenida en el tiempo. ¿Qué pasa que hay países que avanzan y otros que retroceden?
En 1945, Gran Bretaña vence a Alemania en la II Guerra Mundial. A Alemania le bombardean y saquean su infraestructura industrial, la dividen en cuatro, la ocupan militarmente. Expulsan de Prusia (ahora Polonia) a 13,5 millones de alemanes (la mayor migración forzosa de la historia) y los vencedores le imponen una Constitución. Alemania Federal opta por la democracia y una economía libre. Por otro lado, Gran Bretaña, vencedora, elige un Primer Ministro socialista, estatiza su industria energética, de comunicaciones y transporte; fija precios e impone impuestos confiscatorios. Tan solo 25 años después de la guerra, las economías Alemana y Japonesa —también derrotada, bombardeada y que abraza el emprendimiento privado— ya han superado económicamente a UK. Recién en 1979, con la Thatcher y la vuelta al liberalismo, Gran Bretaña revierte su decadencia.
Argentina versus Australia o Canadá: misma historia. En 1900 tienen similar riqueza por habitante, se pueblan de inmigrantes y son países ricos en recursos naturales. Argentina deroga la Constitución liberal de Alberdi; construye un Estado de bienestar socialista, estatiza su economía y desincentiva el emprendimiento con impuestos expropiatorios. Hoy los argentinos emigran a Australia o Canadá.
En 1964, dos islas de similar riqueza por persona, Singapur y Jamaica, se independizan de Gran Bretaña. Jamaica apuesta por el turismo y una jornada laboral de 40 horas (don't worry, be happy). Singapur por el orden, la educación y el comercio. Hoy Singapur es 12 veces más rica que Jamaica.
Contrariamente a lo que piensan muchos jóvenes, el progreso no es inevitable sino que depende de hacer bien muchas cosas. El año 2000, chilenos y venezolanos tenían una riqueza parecida. Venezuela optó por el socialismo del siglo XXI —con similares resultados que los del siglo XX—. Y hoy los chilenos quintuplicamos a los venezolanos en riqueza personal y los venezolanos emigran a Chile. No al revés.
¿Qué tienen en común EE.UU., Alemania y Japón? Todas son democracias que protegen el derecho de propiedad; la economía la reservan a los privados; mantienen la inflación controlada; los impuestos son justos y razonables y ninguna es comunista ni tiene un Banco Central plurinacional.
La evidencia es abrumadora. En 30 años y con reglas adecuadas, todo país puede desarrollarse. Con las equivocadas, hundirse. No importa su raza, religión, recursos naturales o geografía. Son las instituciones las que importan. Ningún país crece a punta de impuestos y subsidios, sino que gracias al orden público, el esfuerzo personal, el respeto a la propiedad y los incentivos bien puestos. En Chile, el denominado “nuevo modelo” —que de nuevo no tiene nada, salvo la combinación de jóvenes ideologizados y carcamales comunistas que lo promueven—, trae impuestos confiscatorios, un Estado megalómano y menos horas de trabajo. Todas medidas que lograrían cohesión social, la cual sería condición del desarrollo. Esto, como dijo Fouché, más que un crimen es un error. La cohesión social es una consecuencia del desarrollo no su causa. La pobreza y la falta de progreso no generan cohesión sino que frustración. Nada genera menos cohesión en una sociedad que la idea de que unos pocos deben trabajar duro y pagar impuestos para que otros vivan de un subsidio estatal y trabajando en negro para no perderlo.
La causalidad es clara: el estallido social se produjo por frustración, la frustración por falta de oportunidades y estas por falta de crecimiento económico (llevamos 10 años con crecimiento promedio cero). Para retomar el crecimiento necesitamos instituciones sólidas y buenas políticas públicas. Los chilenos elegimos a la tía Pikachu y al dinosaurio azul para diseñarlas, así que don't worry, be happy.