Este musical verso, parte de algún lied más largo que hemos olvidado, nos recitaba, de niños, nuestra abuela, para prevenirnos de poco edificantes mareos en esas catas que solían tener lugar los domingos familiares.

Lo hemos recordado en visita a la Brasserie Fuente Belga, que pone a disposición de la distinguida clientela no menos de 80 cervezas belgas que son, por las cuatro que probamos, buenísimas. Más que buenísimas: superlativas. Debemos reconocer que somos legos en la materia; pero ello es garantía de falta de prejuicios, de los que suelen abundar en connoisseurs de quisquillosos nasos y paladares consentidos.

Si solo ofrecieran ahí sus igualmente superlativas papas fritas y cerveza, ya sería un lugar muy recomendable. Pero, luego de que la visitáramos hace algunos años cuando recién partía en su ubicación de Alonso de Córdova, hemos probado esta vez nuevos platos belgas, y nos han parecido muy bien.

Partimos, en verdad, con uno francés: caracoles borgoñones (porción de seis, $8.000), que nos llegaron con sus pinzas de rigor, pero que preferimos manejar con los dedos y ayudarnos con el correspondiente pincho (después de todo, hoy no comemos, como en la belle époque hacían ciertas beldades, con las manos enguantadas): bien los caracoles, aunque les faltó ajo (este manjar rústico lo pide) y temperatura, y aunque su paso por el refrigerador dejó su huella en la memoria de la mantequilla… Se agradecería que el pan que los acompaña no fuera tostado, para facilitar el sopeo de la mantequilla que queda en el plato.

En cambio el steak tartare ($9.000) alcanzó la perfección: la carne con el picado adecuado, un aliño perfecto, y tostadas como se pide.

Como fondos pedimos, como en aquella primera ocasión, unos choritos al vapor con papas fritas que constituyeron un plato sin tacha alguna: abundantes los choritos y de buen tamaño, cocidos a punto, en un caldo aromatizado con verduras (que incluían apio, siempre un olor fino) y algo de crema. Las papas fritas, perfectas. Si nuestra memoria no nos engaña, estos choritos estuvieron mejor que en aquella primera oportunidad. ¡Bien!

Y luego, un estofado de carne con algo de chocolate y, naturalmente, cerveza, que ostenta el imposible nombre flamenco de Stoofvlees met frieten ($10.500), flanqueado por las impecables papas fritas del lugar. La carne, bien blanda, fue la adecuada (sobrecostilla), y el conjunto, armónico y muy agradable. Sugeriríamos que no lo traigan en esas especies de ramequins que dificultan el consumo y son, además, cicateros en la cantidad.

Dos ricos postres, con despliegue de imaginación (que es lo propio del postre): una Dame blanche con chocolate belga caliente ($5.000) y waffles belgas con helado, crema y un aromático jarabe de algo ($5.000). ¿Por qué no llamarlos gauffres?

Cervezas, estupendas: Kasteel Rouge, 8º; Trappistes Rochefort, 9,2º; Omer, 8º, y Kasteel Donker, 11º (“che chube a la cabecha”), bien abocada, magnífica.

Alonso de Córdova 4352, Vitacura.