Las cosas no son perfectas, ni en la vida ni, mucho menos, en la política. La gente comete errores y se deja llevar por la precipitación, la arrogancia e incluso la simple falta de experiencia. Por eso, sería una pésima idea que, para juzgar el quehacer de la Convención Constitucional, recurriéramos a unos parámetros definitivos que ya nos hemos forjado en estas semanas, y que analizáramos todo lo que sucede en ese órgano a partir de lo ocurrido en sus inicios.
Esta semana ha habido dos buenas noticias en el ex Congreso. No sé si marcarán una tendencia permanente, pero está claro que interrumpen una lógica de confrontación total que amenazaba el buen éxito del proceso.
La primera noticia positiva es que la mesa tomó una iniciativa directamente dirigida a promover la diversidad política. Propuso ampliar el número de las vicepresidencias y hacerlo de un modo tal que permitiera que también llegaran a esa instancia representantes de Vamos por Chile. Para tales efectos, la forma de realizar las votaciones era muy importante. Los sectores radicales pedían una elección sucesiva, para que en cada votación se impusiera de modo necesario la mayoría y no tuviéramos una representación variada. En cambio, la mesa estableció que la elección de vicepresidentes debía hacerse en un solo acto, sobre la base de patrocinios, para que hubiera lugar a las minorías.
En suma, la mesa tenía las herramientas para haber pasado la aplanadora y no lo hizo. Sin esa decisión, no estaría hoy Rodrigo Álvarez (UDI) en una de las vicepresidencias. Por supuesto que el escenario no es perfecto; sin embargo, ¿con qué argumento podría negarse que se trata de un signo alentador?
Pero hay más. Hasta ahora, muchos convencionales de la derecha han sido tratados como unos leprosos políticos. Casi todos los demás rehuían el contacto con ellos. Eso no solo afectaba a los representantes de ese debilitado sector, sino que era malo para el país. Si se imponen las posturas extremas, corremos el riesgo de tener una Constitución que no sea para todos, y eso terminará por afectar su legitimidad. Las mismas causas que dieron inicio a este proceso muestran que un déficit semejante no le conviene a ninguna fuerza democrática.
Por otra parte, la sistemática exclusión de la derecha en la elaboración de la carta constitucional, que algunos pretenden, podría llevar a una situación paradójica. La vida tiene muchas vueltas y bien cabe que quienes hoy se ufanan de su mayoría mañana sean minoritarios. No sería la primera vez que eso sucede en la historia. Por eso, Antonio-Carlos Pereira Menaut, un destacado constitucionalista español, aconsejó hace pocos días: “Si usted cree tener una confortable mayoría en la Convención Constitucional, piense una Constitución para cuando gobierne su peor enemigo”. En efecto, asegurar que, para que exista democracia, los grupos minoritarios deben ser respetados es algo que uno debería aprender en su enseñanza escolar, y además constituye una mínima precaución que hay que tomar para la propia sobrevivencia política.
Así, cuando uno quiere comparar la calidad de varios sistemas políticos basta con hacerse una pregunta muy simple: “¿En cuál de ellos preferiría vivir si me toca estar en la oposición?”
Tanto por razones de legitimidad como por las posibles vueltas de la fortuna, la estrategia de la izquierda radical es una mala idea. Resulta absurdo pretender excluir por completo a la derecha de las deliberaciones constitucionales.
Ahora bien, esta semana hemos visto otro interesante cambio en esta negativa tendencia. En efecto, en las conversaciones que tuvieron lugar en esas elecciones de vicepresidente se llegó a un acuerdo que abarcó a casi todo el espectro político, desde un miembro de la Lista del Pueblo e integrantes del Frente Amplio hasta Renovación Nacional y Evópoli. Así, entre todos lograron elegir una vicepresidente, Lorena Céspedes (INN). ¿Qué puede significar esa convergencia, que tiene furioso al Partido Comunista?
Veamos primero qué no significa. No se trata aquí de que haya surgido una nueva corriente política, ese “centro” que tanta falta nos hace. En este acuerdo, cada uno mantuvo su propia identidad y no implica necesariamente que estemos en presencia de una convergencia de contenidos. Se trata de algo más modesto, aunque a la vez mucho más importante. Como dijo Lorena Céspedes, es una muestra del espíritu que ha de animar a la Convención: “Podemos conversar”. En suma, es posible establecer ciertas reglas comunes y asegurar la gobernabilidad. De paso, a partir de ahora ya no habrá leprosos en el ex Congreso Nacional.
Que el Partido Comunista esté tan molesto significa que ha empezado a operar la lógica del Acuerdo del 15 de noviembre de 2019 (el PC se excluyó de él, aunque luego quiso apropiárselo). Por eso, lo central no es constatar que cierto partido obtuvo o no un determinado cupo, sino la señal que se ha dado al país. Porque, si bien la Convención se instaló el 4 de julio, recién esta semana parece haber comenzado a funcionar.