Una buenísima novela de Ítalo Calvino se llama “El barón rampante”. Como otra, “El vizconde demediado”.
La imagen de Gabriel Boric encima de un árbol, con los brazos abiertos, fue uno de los aciertos comunicacionales de la franja electoral. La pienso, guiñando un ojo, como de un “varón rampante”. Prendió de inmediato. Las eternas fotos de seres sonrientes, con dentaduras blanqueadas y pieles pasadas por photoshop, no sorprenden a nadie. Los malulos les pintan bigotes y les restan dientes. Los publicistas, suponemos, ganan más plata mientras más vacías son sus frases. De un país a otro, de una elección a otra, “seremos mejores”, “estamos unidos”, “lo lograremos”, “estoy contigo”, quién sabe qué. El equivalente de las miradas vacías de las modelos de pasarela, donde cualquiera puede proyectar sus fantasías como mejor le parezca. Pasa un poco lo mismo con los discursos. Apartarse de la “corrección política” tiene muchos costos; acomodarse a ella es todavía peor, porque mata cualquier invención posible. La corrección política es un discurso del miedo a perder votos, no del afán de ganarlos. Un aburrimiento previsible. Un factor de alejamiento, y sobre todo de desconfianza. “Del dicho al hecho hay mucho trecho”. Llevamos treinta y tantos años oyendo las mismas frases, vengan de donde vengan. Descreyéndolas todas.
Los votantes esta vez les creyeron a los otros. En las dos primarias, eligieron a los menos cercanos al catecismo de los partidos. Eligieron aventurarse, confiar, experimentar. Intentar algo distinto. Los que venían con libro de instrucciones en la mano fueron derrotados.
Vuelvo al varón rampante. Me interesa saber por qué atrae la imagen. Mirar desde lo alto, y con los brazos abiertos. Desde el sur (no desde el centro) y desde los recuerdos de infancia, terreno común para muchos, terreno de lo que todavía no se divide y se puede compartir, sean cuales sean las ideas que vayamos adquiriendo por el camino.
Subirse al árbol es también ponerse un poco en peligro; no asegurarse tanto. Pienso “rampante” más desde la heráldica que desde el diccionario: un “león rampante” parado con las patas delanteras levantadas, mostrando garras y fauces abiertas, poderoso pero no necesariamente agresivo, es parte de muchos escudos de armas. Indica la disposición y la fuerza para emprender una tarea.
Esta postal política no se limita al candidato que muestra. Recuerda deseos comunes a muchos: elevar un poco la mirada, no quedarse a ras de tierra; no repetir imágenes manidas y consignas; abrirse a la esperanza y a los demás; construir sobre lo que nos une, el país donde crecimos. Valorar la fuerza de la naturaleza, del árbol con raíz en la tierra que nos ayuda a mirar más lejos. Y jugar, ser más niños. Despedirse, como César Vallejo, de los “tristes obispos bolcheviques”, que pueden o no ser bolcheviques, pueden venir de cualquier parte, pero que se distinguen por engolar la voz y sentirse dueños de lo posible y de la realidad. “La realidad”, hoy, es otra cosa, es otra cosa. Sabrán comprender. Estas últimas dos frases son muy chilenas y las cito en homenaje a ese narrador eximio que fue mi amigo Andrés Gallardo.