Habrá quienes consideren que la comida de calle no es una gran comida. Pero bueno: también hay quienes piensan que la Tierra es plana. La verdad es que los premios mediáticos (¿Los 100 best? Jaja) prefieren los manteles largos y/o la vajilla hecha por artistas, mientras alguna vez la maravillosa cronista Ruth Reichl haya dado uno de los primeros golpes a la cátedra valorando un puesto de fideos en Los Angeles Times en los noventa. Ese sí fue un riesgo, mientras hoy la Michelin, con más cálculo que convencimiento, ha buscado los likes de la platea virtual con alguna estrella callejera en Singapur o en Tailandia. En fin. Resumiendo, el tema es que puede haber mucho y gran sabor en locales sencillos, con unas pocas mesitas y mucha dedicación/concentración, como ocurre en Tijuana Tacos del barrio Patronato.
Lo de aquí es muy a la mexicana, con las tortillas de maíz pequeñas, lo que obliga -como si fuera evitable- a comer más y más variado, además. Sus tacos son de antología y no se amilanan al ofrecer de tripa -chunchul- y lengua, una de esas carnes con un sabor único. También hay de birria, carne de vaca guisada y deshilachada (los comimos de chivo en Guadalajara, OMG), la que genera un caldo zombificante ($1.900, con cebollita y cilantro, y algo de limón). Entonces, la primera recomendación es taquear, que en el mero lugar se puede hacer por unidades, lo que es mejor aún. Y un detalle: el uso de poroto claro en sus rellenos, en vez del ya omnisciente negro, hace que la mano del lugar sea única. Le da un toque mantequilloso que, mezclado con la cebollita+cilantro, es la pura maravilla.
Entonces, si va en solitario al mero sitio (en este caso, ya van tres visitas: es un trabajo), hay mesitas afuera. Y en ese caso, la recomendación es decantarse por la variedad taquera, entre la que se incluyen opciones para amigos de los animales (tomate asado y hongos). Si pide delivery, lo primero es consignar que esta ES una comida para manejar manualmente (y hay otra que más aún es transportable: los famosos tacos de canasta), así que el tema es pedir y esperar que llegue ok, lo que pasa sin sorpresas del tipo despachurre o desmontaje.
Entonces, aparte de los tacos -que cuando son nómades vienen de a pares, con doble tortilla además, a $3.900 los de birria-, hay dos opciones que son mayúsculas y llenadoras. Una, un burrito (se advierte de antemano que no le lleva arroz, lechuga, choclo ni mayo, a $5.500), con proteína a elección -en este caso, carne asada en cubitos-, con frijol, pico de gallo -ese primo hermano de nuestro pebre-, su parte de guacamole y todo muy envuelto en una tortilla de trigo que no viene pálida, porque por algún salseo la pasaron antes de envolver el relleno. La verdad, gana por KO. Lo mismo con la mulita ($7.900), que viene en otra de trigo, de 30 centímetros se advierte, con guacamole, frijol, cilantro y cebolla, y lo justo de queso fundido, para intensificar. Con proteína a elección.
De las experiencias, para comenzar, en el caso del Uber Eats, lo previo fueron unos nachos de verdad (no esas mutaciones altas en sodio), bien enchilados y con camarones, a $7.900. Abundantes y con esa maravillosa textura entre crujiente y asopada (hagan chilaquiles, por piedad). Para terminar, en el local ofrecen café de olla, ese que viene condimentado -por ahí, la canelita- y que se caracteriza por el lado bien dulce de la chancaca.
Además, abren a las 11:30, por lo que se puede desayunar tarde o pedir a domicilio y programar el almuerzo a una hora decente (al fin). Eso, también, es tener calle. Por lo mismo y por su tremenda sazón, vaya esta súper recomendación. Y salió verso.
Dardignac 577, Recoleta. Por Uber Eats.