El sitio de Hope Gap es un pedazo de ensenada sobre roqueríos, algas y sometido a las mareas, que está por debajo de esos acantilados de paredes blancas por el sur de Inglaterra.
En las alturas, el pequeño pueblo de Seaford y el matrimonio de Edward (Bill Nighy), profesor de historia, y Grace (Annette Bening), tenaz lectora, y una mujer católica que azuza y reta a su marido, porque quizás le pide lo que está en algunas poesías, pero no en la larga realidad de 29 años de casados, para un esposo oculto en la rutina y protegido por sus silencios.
Lo de Hope Gap, en su idioma, habla de una brecha de esperanza, y el director de la película, el dramaturgo William Nicholson, también guionista de “Tierra de sombras” (1993) o “Gladiador” (2000), acomete un relato personal y pegado a su propia historia, con un tono e intensidad muy distinto al de Noah Baumbach en “Historias de familia” (2005), donde el director estadounidense relató la violenta separación de sus padres y como esos temblores afectan y retumban en los hijos.
En la película solo hay un hijo y se llama Jamie (Josh O'Connor), vive en Londres y anda por los 30 años, pero el relato se abre con el personaje cuando era niño, mientras escarba peces y conchas entre las rocas de Hope Gap, descubre el horizonte y se siente protegido por la mano de su madre.
Al comienzo “Regreso a Hope Gap” fue concebida como obra de teatro y Nicholson, después de décadas de intentarlo, logró convertirla en una película de grandes intenciones, siempre bien inspirada y que va al rescate de todos y cada uno de los personajes, debido a una comprensión humana casi sobrenatural.
Esa comprensión extrema, por supuesto, afecta el hervor de la película, limita al trío de protagonistas y convierte a la historia en un drama amansado, tibio y pendiente del control de daños.
La película, antes que las maldiciones, intuye las sanaciones, porque su propósito tiende a lo modélico y ejemplar.
En otros términos, esta es una separación matrimonial de factura cuidada, pero fría y de intenciones muy respetables, donde están diluidos los sentimientos y acciones que remiten a la traición o deslealtad y a los engaños o resentimientos.
Es una crisis matrimonial de guante blanco, donde falta lo que necesitan las buenas películas: saña y cizaña en los parlamentos, palabras y actitudes que hieren y franca mala intención en alguno o en varios de los presentes.
En fin, tampoco se trata de pedir nada excepcional y extravagante, solo lo humanamente necesario en estos casos.
Lo más destacado y recordado, por lo tanto, es lo que hace Grace, a modo de consuelo, con adornos de humor y negro: comprarse un perro, ponerle Edward de nombre y enseñarle a rodar por el suelo, quedarse inmóvil y hacerse el muerto.
“Hope Gap”. Reino Unido, 2019. Director: William Nicholson. Con: Annette Bening, Bill Nighy, Josh O'Connor. 100 minutos. En Cinemark online.