Ha ocurrido en distintos rubros y el de la comida no ha sido ajeno: la aparición de deliveries sin local abierto a público. Es cosa de ser un poco habitué de las redes sociales para irse enterando. Primero fueron algunos cocineros por la libre (oh, las salteñas de @m.panadas de mister Ariel Barreto), también algunos proveedores, o han sido los mismos locales exhibiendo otras identidades nómades. Estos son los con algún CV en la materia, mientras que entre los nuevos y sin historial en el rubro está el caso de Black chicken.
Hijo de su época, es una de esas combinaciones prácticamente indivisibles entre el cocinar y el ser cocinero. Esto no es problema, a menos que ocurra lo que sentenciaba el escritor David Leavitt sobre la escena inglesa de los años ochenta: con gente más concentrada en ser escritores que en escribir.
En fin. De dos pedidos, ambos llegaron atrasados y fuera del rango horario que el mismo lugar ofrece como opción a escoger. Y si bien era un despacho lejano, es algo que tendrán que precaver.
En la primera ocasión, el pedido fue medio pollo rostizado ($7.900), una korean Burger ($6.900), una simple Burger ($6.900), unas papas fritas belgas (en verdad, dos porciones, a $3.500 cada una. Porque una es ninguna), una shake salad ($3.900), una ensalada rusa de coliflor asada ($6.500) y dos postres: el blacknuss ($5.500) y un budín de la Toti ($3.500).
La sensación general que quedó es que mientras el relato por redes es claro y se ve coherente, su cocina oscila entre una identidad fuerte y otra algo pasteurizada.
Primero el pollo: muy correcto, con la parte de la pechuga en calidad no camello —una de las promesas del lugar—, pero sin algún acento característico. Tal como lo hizo la chef Kylie Kwong (viejazo), que puso tan de moda el pollo hecho con intención, con hierbas y alguna malicia, y antes Wolfgang Puck (más viejazo aún), quien le puso miel a la masa de pizza, digamos que entre intervención y neutralidad, está claro cuál es más inolvidable. Lo mismo: un alioli sin maldad, no es alioli. Y si los sabores de la ensalada de coliflor asada están asordinados por la mayo, y con mucha semilla de sésamo sin tostar (o sea, en su versión menos intensa), digamos que se convoca a la neblina del olvido. El caso opuesto fue la korean Burger y un pollo coreano pedido en la segunda vez. Sin amilanarse en lo picante, fue lo más intenso y remarcable en lo pedido, al igual que el postre abuelístico: una bomba dulce retro maravillosa.
Entonces, hay aquí una búsqueda de identidad con hartos aciertos. Se les sugiere tener una hamburguesa vegetariana y considerar el precio de $3.500 por dos sopaipillas pasadas ni tan mayúsculas. Y que viene con una chancaca sin los acentos pertinentes, lo que redunda en aquello que falta: que el relato más importante es el que se paladea.
www.blackchicken.cl