Esta pandemia ha afectado en forma importante la salud mental de las familias chilenas. Los niños han presentado mayores niveles de ansiedad, cuadros depresivos en las diferentes edades. En los adolescentes han aumentado las ideaciones suicidas. Los padres, y especialmente las madres, se han visto sobrepasados por la sobrecarga que significa tener a los niños en casa todo el día. Han aumentado los índices de violencia doméstica y prácticamente todos los indicadores de salud mental. Es por ello que la mayoría de los especialistas y organismos internacionales están de acuerdo en la necesidad urgente de que los niños puedan retornar a clases presenciales, para mitigar en parte el efecto prolongado de la pandemia en su salud mental, educación y desarrollo. Sin embargo, ante los reiterados y fallidos intentos de volver a clases presenciales, es necesario tomarse un tiempo para reflexionar y escuchar a los niños.
En primer lugar, debemos considerar la realidad sanitaria, que ha resultado más difícil y compleja de lo que nos podíamos imaginar. Las nuevas variantes del virus han provocado nuevas olas de contagio que incluso han superado las del año pasado. Por lo tanto, para cualquier retorno a clases, hay que estar seguros de que no aparecerán nuevas variantes y nuevos brotes de la pandemia que obliguen a suspender las clases. Cuando los niños vuelven al colegio y luego, por aparición de algún caso o contacto deben retornar al hogar, se producen desajustes en ellos y sus familias. Aun cuando es muy difícil predecir el futuro, la vacunación de los niños abre una gran posibilidad de un retorno seguro a clases. Para ello deberíamos tener a lo menos al 80 por ciento de la población infantil vacunado, y por supuesto, a sus padres y profesores. Esto no es imposible y se está avanzando con vacunas eficaces y seguras desde edades muy tempranas.
Mientras tanto, lo importante es planificar al más mínimo detalle el retorno a clases considerando las necesidades de los niños. Los casi dos años de pandemia han significado una alteración muy importante en la vida de los niños, de sus familias y profesores. El no poder conversar ni jugar con sus compañeros, no compartir con los profesores, tiene un alto costo y ha afectado el desarrollo socioemocional y cognitivo de los niños.
La educación online no ha sido pareja para todos y muchos de ellos, especialmente los más vulnerables, no han tenido la posibilidad de conectarse a internet y si lo han hecho, ha sido en forma parcial y a través de equipos que no son los más adecuados, como teléfonos celulares. Esto ha significado un retardo en el aprendizaje que demorará mucho tiempo en recuperarse. Los que han podido conectarse han estado expuestos al “efecto pantalla” varias horas al día, con consecuencias que todavía no conocemos, pero que grupos de investigadores y expertos están estudiando y que podrían ser desde un daño neuronal hasta efectos graves en la visión, además de la dependencia a las pantallas.
Los confinamientos o cuarentenas prolongadas han impedido la actividad física necesaria, que en los niños es de una hora de actividad moderada o intensa al día, lo que junto al aumento de comida envasada poco saludable o comida “chatarra”, que ha aumentado por la ansiedad de la pandemia, ha significado un incremento de peso, que ha llevado a que más de la mitad de los niños tengan malnutrición por exceso.
Por lo tanto, ante un eventual retorno a clases, hay que planificar muy bien cómo se va a reparar el daño producido por la pandemia.
Lo más urgente es corregir el daño psicológico de los niños, pero también de sus padres y profesores, con intervenciones socioemocionales en diferentes niveles. Por importante que haya sido el retardo en el aprendizaje, deben priorizarse los temas socioemocionales por sobre los de conocimiento. Sin un entorno socioemocional adecuado es imposible aprender, especialmente después de un período tan prolongado de aislamiento social, y como padres debemos tener paciencia y no poner presiones excesivas a los niños ni al sistema educacional, ya que aquello puede ser contraproducente. Siempre hay que recordar que muchas veces menos es más.
Para ello también ayudan las actividades al aire libre, que además de disminuir las posibilidades de contagio, mejoran la convivencia escolar y permite que los niños hagan más actividad física. Países como Finlandia y Noruega priorizan las actividades al aire libre con cualquier clima, con paseos a plazas, parques, bosques y museos abiertos. En Finlandia los niños aprenden desde muy pequeños a conocer las hojas, los árboles, las plantas, los hongos, cómo vestirse según el clima (“no existe el mal tiempo, solamente la mala ropa”) y a gozar del aire libre y muchas veces no se dan cuenta de que están haciendo actividad física.