La decisión presidencial de impulsar el llamado matrimonio igualitario abre algunas preguntas elementales. Si se trata de una idea valiosa, que corresponde a profundas exigencias de justicia, ¿cómo no la planteó en la campaña presidencial, donde dijo exactamente lo contrario? Y si obedece a una revelación de los últimos días, ¿no merecemos los chilenos que nos explique con detalle las razones profundas que lo llevan a abandonar una concepción de matrimonio que tiene milenios de historia a su favor?
En el pasado, Sebastián Piñera ha manifestado desazón por el escaso apoyo que le prestan los partidos de su coalición, pero ahora ni siquiera se tomó la molestia de oírlos en una materia de este calado. De paso, introdujo un factor de división adicional en un conglomerado que requiere con urgencia más unidad. No parece que haya pensado especialmente en el futuro de Chile Vamos, a menos que crea que el destino de su sector político depende de que él suba un par de puntos en las encuestas. Uno puede estar a favor o no de una iniciativa semejante; sin embargo, resulta casi imposible dejar de interpretarla como un oportunista manotazo de ahogado.
Por supuesto que no faltan las celebraciones. Se trata de una causa popular en ciertos ambientes, y en la esfera pública son pocos los que están dispuestos a marcar una nota disonante. Hay quienes no promoverían una iniciativa tal (y menos en este momento), pero no quieren hacerse mala sangre. En apariencia es una cuestión de nombres y no parece que cambie las vidas de los heterosexuales el conceder este cambio legislativo.
Lamentablemente, las cosas no son tan sencillas. Me sorprende que gente que tiene gran lucidez para defender la autonomía del Banco Central, y que siente horror ante la sola posibilidad de que la moneda se vacíe de contenido, pueda pensar que podemos hacer y deshacer una institución como el matrimonio y que eso no tendrá consecuencias. Parece que solo en el caso del dinero es necesario mantener intacto su sentido y valor.
No me detendré en el tema; por lo demás, hay trabajos excelentes sobre la materia, aunque pocos quieran leerlos: uno corre el riesgo de formarse convicciones que pueden ser incómodas. En todo caso, no es casual que, en Francia, Xavier Bongibault, fundador de “Plus gay sans mariage” (Somos más gays sin matrimonio), haya basado su oposición a esa reforma legislativa precisamente en la desestructuración de la sociedad que significaba desnaturalizar el matrimonio. “No hay que confundir dos cosas que son distintas por su naturaleza. No debe haber discriminación, pero al mismo tiempo (hay que) respetar la esencia de una institución como el matrimonio”, decía en 2017 Sebastián Piñera.
Ahora bien, el caso chileno es más delicado y Piñera fue más allá que impulsar la reforma de una piedra angular del Código Civil. Independientemente de las posturas que tengamos sobre la materia, cuando vemos a un presidente de la República actuar solo y dar una voltereta semejante sin ponerse colorado, el resultado es previsible: si, según aparece, la máxima autoridad del país muestra no tener convicciones en temas fundamentales ni sentido de la política como un proyecto colectivo, ¿para qué ser nosotros más papistas que el papa?
¿Qué razón tendría un empresario para no sacar rápidamente su dinero del país? ¿Y los políticos de derecha para resistirse a la demagogia y no hacer suyas las peores prácticas de la mala política, o los de centroizquierda para hacer frente al matonaje de los sectores radicales? ¿Qué importa el sentido del deber, la fidelidad a la propia palabra y la lealtad mínima con los compañeros de partido?
Se ve que Piñera hizo mucho más que impulsar una iniciativa legislativa. Tanto quienes aplauden como los que critican la medida presidencial habrán sacado idéntica conclusión: la política es una farsa donde cabe sacrificar todo con tal de mantener un mínimo de protagonismo. Pésimo mensaje.
No nos engañemos. Los meses y años que vienen requerirán mucho heroísmo. Probablemente habrá que aprender a estar en minoría frente a distintos temas; a decir –de modo amable– cosas incómodas. Junto con nuestros aliados de centroizquierda, tendremos que reorganizar las fuerzas de la democracia representativa, que hoy aparecen diezmadas y son presas del desaliento. Mucha gente deberá abandonar posiciones ventajosas para trabajar en las poblaciones, en la universidad o en el Congreso. Habrá que poner nuestro tiempo, dinero y las mejores energías al servicio de Chile, sin saber qué resultados obtendremos.
Nos esperan horas de trabajo duro y no pocos dolores. Para llevar a cabo esa tarea, nos habría venido bien contar con figuras que, más allá de sus defectos, pudieran servir de inspiración siquiera en algún aspecto, aunque más no sea porque muestran dignidad en la derrota. No las tenemos, o por lo menos no están allí donde uno esperaría encontrarlas.
Con todo, no podemos decir a las generaciones que vienen que no dimos la vida por sacar adelante a Chile simplemente porque algunas personas nos han dado un mal ejemplo. Esa sería una excusa muy barata. Significaría, de hecho, imitar ese mal ejemplo, cuando lo que se necesita es exactamente lo contrario.