Pedro (Alfredo Castro) es fotógrafo, viaja con su cámara de cajón con trípode y por alguna razón está en Tierra del Fuego a finales del siglo XIX, en el único lugar donde alguien puede pagar bien por un retrato: en la hacienda de Mister Porter, terrateniente poderoso y un hombre inalcanzable, porque nunca llega y nadie ve.
Sin embargo se siguen sus órdenes; por ahora es un retrato a su próxima esposa, Sara (Esther Vega), quien parece una adolescente, incluso una niña, pero Pedro no está para objeciones, sino para obedecer y ver lo de la luz, correr un cortinaje, pedirle que pose y no se mueva, para contar y hacer un retrato.
Hay algo infinito en “Blanco en blanco”, porque sus imágenes traspasan una época concreta y se sitúan en un espacio universal e insondable, por donde avanzan los personajes, gente aislada en el fin del mundo que obedecen a un señor invisible.
Es el relato de cuando los selknam, los primeros habitantes de la Patagonia, fueron masacrados por los terratenientes, gracias a los cazarrecompensas: libra por mano de indio muerto, libra por oreja desgarrada.
“Blanco en blanco” filma, entonces, un espacio criminal y cruel que quiere ser retratado, exhibirse y pasar a la historia, porque no hay culpa en los vencedores y la conquista.
Nadie es inocente, ninguno de los protagonistas, cazadores europeos, parece que escoceses, con armas y puntería.
No se salva el guía indio, aunque entristezca el ceño cuando rastrea a los suyos.
Tampoco ese empleado industrioso (Lars Rudolph) que imagina construir calles, levantar iglesia, cabañas por aquí y allá y, en definitiva, sueña con la civilización y convertirse en un gentilhombre en el futuro; por ahora, eso sí, es un asesino a sueldo.
Pedro, el fotógrafo, quiere irse y no sabe cómo llegó hasta acá, como tanta gente en épocas oscuras, pero aquí está, cobrando por los retratos, esperando a Mister Porter e internándose en una tierra desconocida, con el fin de acabar con gente que viste pieles, huye en silencio y nada los salva: ni la piedad ni la lejanía.
Queda el plano de una película que, en ocasiones, adopta las dimensiones de una fotografía antigua.
Y la película, entonces, es una cámara que registra los acontecimientos que pasan frente a ella, donde el miedo es con eco y atrapa, y no hay forma de salir del círculo.
“Blanco en blanco”, que tiene un extraordinario final, deja caer sobre esas personas y territorio lo que el cine captura: el mal como misterio humano que cautiva y asusta, un lugar terrible sin testigos ni inocencia, solo con protagonistas y cómplices.
Sucedió a finales del siglo XIX por Tierra del Fuego, antes y después, ocurrirá en distintas partes del mundo, será con nombres más técnicos y temibles: genocidio, exterminio, holocausto.
Al comienzo, en el origen, está lo que hace un fotógrafo y filma la película: la pose, la luz, los muertos, la cuenta regresiva, el retrato del mal.
Chile-España-Francia-Alemania. 2019. Director: Théo Court. Con: Alfredo Castro, Lola Rubio, Lars Rudolph. 100 minutos. Puntoticket.com.