¿Recuerda, Madame, a Carmen Miranda que bailaba sambas de lo lindo con un frutero en la cabeza, a guisa de “tocado”? Fue una de las glorias de los años 40, a tal punto que el mismísimo Walt Disney la incluyó en una de sus, diremos, producciones, como símbolo de lo latino, bailón, rítmico y sabroso.
De ella nos acordábamos cuando desembarcamos el otro día en el Rubaiyat, que comenzó como restorán filobrasileño (para no comprometernos más), pero que hoy se ha restringido, con un espíritu muy conservador (más todavía: pacato) a servir puras carnes. Cosa que también evoca, pero no revive, esos restoranes cariocas de “carnes a la espada”. Recordamos haber estado en uno de ellos: le ponían a cada comensal, junto al plato, una ficha roja por un lado y verde por otro. Mientras uno seguía mostrando el lado rojo, le traían trozo tras trozo de carne asada en el plato. Cuando uno mostraba el lado verde, traían ensaladas. Y si se volvía al lado rojo, traían más carnes, y así, hasta que uno perdía el conocimiento de tanto alimentarse.
En la breve carta del Rubaiyat (brevedad que, en este caso, no es necesariamente una virtud, porque se trata solo de carnes asadas…) no hay prácticamente ningún plato brasileño. La feijoada la reservan solo para delivery. Y traen unos bollitos de queso. Recordamos que, hace algún tiempo, ofrecían como postre el tradicional quindim, especie de huevo mol con coco. Hoy los postres son “internacionales”: de ellos probamos un panqueque de dulce de leche -no manjar blanco…- Cabaña Las Lilas ($6.800) y un mil hojas Rubaiyat ($6.700) que, bien presentado, abundaba también en dulce de leche, capaz de arruinar, por su inmisericorde dulzor, cualquier otro sabor que se le añada al preparado. Ni el dulzor ni los precios se quedan cortos.
Para comenzar, pedimos una longaniza Rubaiyat a la parrilla ($6.500), no muy grande, de buena calidad, pero que no se diferenció en nada de cualquier otra buena longaniza; y unas costillitas de cerdo (léase “chancho”) asadas con chimichurri ($9.500), seis o siete en número, que cumplieron de lo más bien. Chiquitas, eso sí. Hay tanta gente que piensa que, mientras más chiquito, más fino.
La lista de platos de fondo evoca (estuvimos de evocaciones esa noche) la de un hotel (una pasta y cuatro pescados), junto a las carnes. Estas vienen en trozos enormes, de cerca de medio kilo, y en otros llamados “cortes petits”, de alrededor de 250 g. De los “petits” pedimos un bife de tira (descrito como parte de la punta de ganso) a $13.900 y un filete, mismo precio. Ambas cosas ricas y bien hechas. Los acompañamos con unas papas fritas trufadas (lo mejor de la comida) y unas papas soufflés, bien hechas, pero (ay) no perfectamente secas de la grasa de fritura. Muy meritorias las vacas.
Resumen: restorán para carnes.
Nueva Costanera 4031, Vitacura.