Comienzo por dar un gran suspiro de alivio. Los electores de la Región Metropolitana, al votar por candidatos al cargo de gobernador, han dado un portazo en la cara a un populismo arrogante e impresentable, a una grosería que los menospreciaba. La vulgaridad extrema espanta electores, y bueno es comprobarlo. Votar sirve para desinflar esos globos, redimensionar esas ambiciones y ponerlas en su lugar de manera legítima y democrática (También hubo un redimensionamiento de la derecha extrema, lo que es muy saludable). Mi respeto por el electorado creció con esta elección.
Ser elector es tanto más digno que ser, digamos, solo televidente o solo consumidor; hacer filas para votar (en vez de para entrar al mall) es participar “en algo muy grande”, en palabras de una vocal de mesa.
Hasta ahora no tengo la cifra de participación para compararla con la del plebiscito reciente, pero se fue disipando el miedo de la falta de votantes que se notó el domingo temprano, y tenemos esta noche una pequeña euforia cívica: de nuevo fuimos capaces de una elección orientadora, de nuevo el voto ha servido para ver más allá de nuestras respectivas burbujas comunicacionales, ojalá.
Algunas observaciones sobre la elección de los integrantes de la Convención Constitucional, la primera paritaria en cuanto a género. Creó un espíritu que se traspasó a todo el acto electoral, una esperanza de cambio. Para resumir, los resultados “están pasados a mujer”, se dice en mi Twitter, y eso promete novedad en las interacciones. También están “pasados a independiente”: son menos previsibles. Los partidos políticos se han estado repitiendo a sí mismos. De tanto buscar votos los han ido perdiendo. Sus fórmulas han ido desacreditando la política, que es una actividad indispensable y se puede ejercer más digna y, sobre todo, más creativamente.
Hay mucho que aprender de un buen análisis de los votos, que por cierto no se puede hacer ahora, al filo de las once de la noche. Hay muchos recados de los electores para las fuerzas políticas.
También para los medios de comunicación, y sobre todo, para la TV. Su poder es enorme: varios candidatos han sido electos porque las personas, en primer lugar, los conocen, aprecian el trabajo hecho en la pantalla chica, les han agarrado confianza antes del acto electoral. El conocimiento de la persona es tarea política muy difícil, y algunas personas que hubieran sido estupendos constituyentes no pudieron hacerse suficientemente conocidos en el tiempo de la campaña. Por otra parte, el afán de dar con la “cuña” precisa, con un notición momentáneo, lleva a inflar desmesuradamente las posiciones extremas y los gestos espectaculares, y a contribuir a que se perpetúen como arma política. Hay responsabilidad ahí, ese es uno de los tantos recados de la elección. Los iremos entendiendo cuando tengamos información más completa y una perspectiva menos inmediatista.