Ya el estrés de esta epidemia es suficiente como para tener que soportar unos pedazos de pechuga de pollo cercanos a lo fósil. La pregunta es ¿cómo fue que lo lograron? Porque el resto del pastel de choclo del delivery de La Rosa estaba bien (aunque su propuesta fuera sacarlo del pote de aluminio y montarlo, porque el pino venía encima: inusual), pero esa parte avícola del relleno… algo difícilmente olvidable. Pero en fin. El pedido llegó a tiempo, venía todo bien congelado (muy advertido) y la experiencia general fue, finalmente, con altos y bajos. Y durezas.
Primero, algo que resucita a la perfección desde el frío: unas empanaditas de masa rellenas con tomate, albahaca y queso (a $7.960, en promoción a $4.490). El único gran cuidado que hay que tener es que el centro alcance a calentarse sin que la cubierta se ennegrezca. Gran entrada.
Luego, lo mejor: el clásico tomaticán, dulzón y con pedacitos de carne ($4.490), en porción justa (ni monacal ni para pedir perdón después). También una carne mechada ($8.490) que llama a una ensalada (gentileza de la propia casa) o a repartir en unos cuantos sándwiches. Sabrosa la carne, pero nunca TAN blanda.
En paralelo, tres lasañas. Una de carne ($5.490) que, al ser desmoldada, quedó ligeramente nadando en el plato. De sabor, bien, pero… algo aguada. Luego, se pidió una de espinaca y champiñón ($5.490), con abundante salsa blanca y un toque a nuez moscada. La mejor de las tres, sin dudarlo. Delicada. Y finalmente la lasaña de verduras ($5.490), con doble carga de hongo -también del seco, intenso-, por lo que fue de sabor poco tímido, con el aporte extra de la berenjena y la espinaca.
Para cerrar, otro clásico de este lugar: un pote de helado de miel de ulmo ($4.690). Ni tan cremoso, si se compara con decenas de experiencias previas en formato bolita + barquillo. Hasta menos dulce se sintió, después del pollo aquel.
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