El lunes que viene los escenarios serán distintos. Es lo único que puede predecir esta semana un futurólogo: cualquier vaticinio puede ser barrido del mapa. Hemos aprendido que no podemos confiar ni en las encuestas ni en la burbuja artificial de conversaciones en que nos movemos. Las redes sociales ubican a cada uno según ciertos algoritmos que predicen las preferencias y alejan de cuanto produce rechazo. Una ciudad compartimentada hace vivir cerca de los que sentimos semejantes y lejos de los demás. Las cuarentenas separan, para eso sirven, y agravan el ensimismamiento, cada uno en mundo propio, cada grupo en su propio mundo. Por ese encapsulamiento, medial y territorial y sanitario, no tenemos ni idea qué va a pasar en las elecciones. Las sorpresas pueden ser muy grandes.
Nos hemos sentido muy lejos de la verdad. A veces, la voz de Olga Guillot canta al oído: “Qué sabes tú… si tú no sabes nada de la vida”. Desconfiamos de las informaciones, parecen interesadas todas, aguas para molinos que no sabemos cuáles son ni menos dónde están. La mercantilización viene de la mano con la mentira y la verdad a medias. No hay templo que no se encuentre repleto de mercaderes y faranduleros.
¿Entonces? Estamos a punto de hacer realidad la esperanza nacida tras el plebiscito, o de frustrar esa salida democrática si elegimos mal. En la Convención Constituyente deben estar, ojalá, todos los conflictos, pero también la disposición de abordarlos con la mayor sabiduría y serenidad posibles. Una frase feliz de Kathya Araujo: “el conflicto dinamiza, la polarización no”.
Voy a votar. Quiero estar en la foto del lunes que viene, esa foto en que se mostrará un mapa (o un espejo) de Chile que todavía no hemos visto. Puede ser que de sus líneas se desprenda una imagen de futuros posibles, de formas aceptables de sociedad. Aparecerán las esperanzas, pero también las carencias, la ira y las frustraciones. Confieso que la elección de constituyentes es, para mí, la más decisiva, la más novedosa, la que de todas maneras me sorprenderá.
Voy a votar por gente que me dé confianza, esa es la clave. Quiero confiar en sus capacidades, porque la Convención creará muchos imprevistos, y habrá que saber sortearlos. Conocimientos constitucionales, conocimiento de la vida del país, conocimientos de las regiones y de las realidades distintas a la propia; rectitud y fortaleza; una apertura de los afectos, para poder acogerse mutuamente y reconocer los conflictos en vez de negarlos; una sabiduría dúctil que evite petrificar las situaciones; un lenguaje inspirador y claro. Todo eso en una postal colectiva dirigida a las personas que integren la Convención. Con nuestro aliento y agradecimiento. Con la esperanza de un futuro más inclusivo y mejor.