Agradecí cuando la sección Educación de este diario publicó el informe que demostraba que apagar la cámara durante una clase por Zoom perjudica el aprendizaje.
Escucho a gente agobiada por el Zoom. Anoche participé en uno sobre los cambios en la Iglesia Católica; uno de los contertulios contó que había tenido que optar entre dos encuentros. Tenemos mucho donde elegir.
Quien organiza la reunión puede apagar las imágenes de los participantes. Una lata. Prefiero ver las caras, aunque sean estampillas, de quienes compartimos la experiencia.
Ante nuestra familia, nos exponemos semanalmente, mi mujer y yo. El domingo pasado, les presentamos la historia de nuestro pololeo. Entretenido para ellos, conmovedor para nosotros. Los nietos comentaron sobre los cambios del tono del pelo. Esta semana, nuestros hijos e hijas recorrerán su infancia.
En nuestro condominio, nos reunimos por Zoom para tomar decisiones administrativas. Los vecinos descubrimos a las personas detrás de los nombres. Por ejemplo, una vecina comedida fue, para sorpresa mía, la directora de un colegio muy innovador en Santiago. Conversar con ella es un deleite.
Esta horizontalidad por Zoom incorpora los territorios. Vi la semana pasada la entrega de la cuenta anual del ministro de Ciencia, Conocimiento, Tecnología e Innovación, Andrés Couve; lo interrogaron las cinco responsables de las macrozonas del país: desde Punta Arenas, Valdivia, Valparaíso, La Serena, Antofagasta. La imagen del ministro era, como él dijo, “humilde”. Tantas metas postergadas, tanto esfuerzo sostenido para mantener vivos los programas más importantes, pese a la pandemia. Algunas de las preguntas fueron duras. Andrés Couve mostró cómo ha construido de cero el nuevo ministerio, plantando semillas para el mediano y largo plazo.
Al instante, aparecen reacciones. Algunas anónimas, muchas con rostros.
Me gusta ver los rostros. Entre otras cosas, me doy cuenta de que la mayoría de la gente es menor que yo. Y habla más. ¿Querrán escuchar a un viejo brujo de la tribu?
Me encuentro con otros mayores en una tertulia por WhatsApp. Debemos ser unos cien. Nos eligió el administrador, quien construyó un mosaico. La franqueza de los dichos redibuja el mundo, a veces. Una vez a la semana, en un Zoom, nos encontramos con un personaje.
Mis compañeros de colegio mandan imágenes y canciones que nos identifican. “Peggy Sue”, “Sapo cancionero”, “Blue Canary”, “La canción del pobre Juan”.
Es que estamos en cuarentena, dirá alguien. Cuando se termine el covid, nos juntaremos de verdad.
Así lo creo también. Opino que el auge de los cafés en las ciudades de Chile proviene de la frustración por los encuentros solo virtuales. Pero una cosa no quita la otra. El mundo en línea se enriquece a diario. También se envilece.
Pero en Zoom encuentro rostros de la tribu y de tribus ajenas, sus escuchas y sus decires dando la cara, una complejidad horizontal que transforma las instituciones.