A lo lejos, la elogiada novela del escritor argentino radicado en Nueva York, Hernán Díaz, cumple con todas las promesas que un lector puede exigir de ese género sin recurrir al más mínimo atisbo de experimentación o guiño posmodernista. Es una novela situada en el centro del género sin presionar en ningún momento sobre sus márgenes ni emplear ninguna táctica que ponga en cuestión los supuestos en que ese género tradicionalmente se despliega, haciendo funcionar sus sutiles mecanismos de modo espléndido como si la narración fluyera sobre una vía contemporánea de alta velocidad. Incluso se da el lujo de emplear, con todos sus atributos, al narrador más convencional: una voz que en tercera persona va escudriñando y siguiendo con discreción, hasta la intimidad, las peripecias del protagonista, el sueco Hakan Soderstrom, conocido con el apodo de “El Halcón”.
El excepcional y extraordinario oficio que durante todo el relato el protagonista exhibe para sobrevivir tiene un correlato en el oficio de Díaz para narrar:
A lo lejos es una novela muy amena que no da tregua, manteniendo al lector en vilo, intrigado y tembloroso por enterarse del desenlace de la crisis siempre extrema en que se halla entreverado Hakan, ansioso por conocer cuál es el futuro que se le viene encima y cuál será el destino final de su aventura americana y maravillado por la escritura de Díaz, por su limpidez, precisión, agudeza y deslumbrante mesura.
El relato parte con la puesta en escena de un mito, la leyenda de “El Halcón”, la historia de una suerte de titán, un gigantón nórdico, un migrante que atraviesa los Estados Unidos de mediados del siglo XIX, durante la época de la fiebre del oro, adquiriendo, de boca en boca, una fama ambigua de héroe y monstruo, autor de proezas increíbles, matanzas, victorias casi imposibles de concebir contra múltiples y atroces enemigos humanos, animales y la propia despiadada naturaleza. El grueso de la novela, con un manejo vertiginoso de la acción, nos va enterando de la manera como llegó a elaborarse esa leyenda; es, por decirlo, una ficción escrita que va “deconstruyendo” una ficción oral, va contando la verdadera historia de “El Halcón” de la leyenda, desollando (el personaje es un trampero y curtidor de pieles) el mito, alzando las capas de mentiras para llegar a la supuesta identidad auténtica, la cual resulta también una nebulosa tierna, un vacío impreciso y entrañable que termina por diluirse escurridizo, dejando a luz nuevos y acaso mayores enigmas.
Díaz se vale de la más antigua de las estructuras narrativas: el viaje. De hecho, toda la novela, y el personaje central, mantienen un paralelismo extraño, distorsionado y perturbador con Ulises y la
Odisea. La escena en que, ya casi al final, el protagonista es espectador de una obra de teatro (sin saber lo que es el teatro) en que se dramatiza y escenifica su propia vida es semejante a aquella en que Odiseo escucha conmovido, en la Isla de los Feacios, a un aedo cantar sus aventuras.
A lo lejos puede ser leída siguiendo distintas perspectivas, partiendo por la de una (muy lograda) novela de aventuras, pero también es un relato de aprendizaje y formación —ejemplar en la dilucidación del mundo interior del personaje— en la que el ser humano aparece como una tabula rasa —el niño Hakan apenas sale de su Suecia natal sin haber recibido ninguna educación— que a través de la experiencia se esculpe y va dotando al mundo de un significado; sobre todo, desde la experiencia del mal, el amor y la muerte. Díaz es muy sutil y hábil para poner al lector en la situación de la ignorancia inicial del protagonista y acompañarlo en su progresiva y zigzagueante ampliación del horizonte, que, incluso, admite un nivel de lectura antropológico y cosmológico.
El tema del hogar, el arraigo y la pertenencia parece ser un punto central subyacente a todo el relato, puesto que —en una hipótesis bastante conservadora— es a partir de aquel que se constituye un mundo. El nomadismo y el desarraigo es la tragedia, y cuando se abre alegremente para Hakan la posibilidad precaria de fundar una casa —la sombra de su hermano Linus, su relación con Lorimer, Helen y, sobre todo, en su amistad con Asa— la violencia quiebra esa posibilidad y lo relega a la soledad casi bestial. El viaje de Hakan, en consecuencia, tiene un carácter circular (y en cierto modo, frustrado), porque conduce hacia el retorno a la única y remota casa, la casa de la infancia en Suecia que “era como pequeño agujero perforado en la extensión ilimitada y que todo —las praderas, las montañas, los cañones, las planicies salinas, los bosques— se colaba por él como por un sumidero”.
Bellísima novela que entretiene y estimula múltiples lecturas.